No te juntes con la chusma literaria

Le digo a Claudio que no es conveniente desperdiciar las horas con la chusma literaria. Que es infinitamente más provechoso beberse una cerveza con un estibador borracho o amanecer con una puta triste en la playa de Curanipe. Que no lo tome como clasismo, prejuicio o arrogante desdén. Simplemente le hago ver que el tiempo de un creador de alto nivel es demasiado valioso, pues mientras otros intentan ascender dificultosamente las escaleras del arribismo literario, se adornan de muletillas y afectaciones, se hacen zancadillas mutuas o intentan hacernos perder el tiempo leyendo sus pelotudeces, nosotros estamos rompiendo la barrera del sonido lingüístico, renombrando estrellas, lanzando letras al agua ruidosa o escarbando en las catacumbas de la incoherencia narrativa. Le enfatizo que es como jugar ajedrez. Nunca mejorarás batiéndote con los aprendices. Y para todo lo que pretendemos leer y decir, nuestra vida se vuelve más corta que la de una ephemera. Por esto, distraernos a estas alturas sería letal para este suspiro vital que nos fue concedido por algún don Nadie.

Pintura: August Macke

La posibilidad de la mentira

La posibilidad de que todo sea mentira, la alegoría del sueño perverso de una alegoría, un holograma bombardeado con llovizna, cicatrices perdurables de hombres que nunca vivieron, el amor y el odio exhalado por un cóndor milenario que observa desde un risco desgastado, el sintagma placentero de una grabadora atorada, la congoja de un ruiseñor anciano, el ruido y la furia de Faulkner, la timidez tras el cortinaje de Pessoa (los únicos hombres que creyeron haber existido), la pesadez de no ser más que improbabilidad, leves notas de un órgano destruido por el fuego mucho antes de que algo existiese. 


  Pintura: Bernard Buffet

Negligencia divina

Me resisto tenazmente a soñar. Soñar es un defecto humano, una negligencia divina. Intento ser un hombre práctico. Los petirrojos no volverán a conmoverme, ni el rumor de los álamos, ni los carpinteros con su bongó sobre el manzano. Espabila, muchacho, vuelve a enterarte de la marcha mundial, dialoga con los opinantes callejeros, créele a algún miserable político, no es difícil fingir, ser una hiena al acecho, adular a cada maricón de este planeta para conseguir tu alimento, y recuerda no respirar demasiado otoño pues trae esencias venenosas...



Fotografía: © Lorena Romina Ledesma

No te aferres

Desde pequeño la vida te intenta enseñar que si te aferras excesivamente a algo o a alguien, pues te jodes. No puedes querer nada como si fuera eterno. Al final, la brisa parece estar en lo correcto.

Basta con una ranchera

Nadie lee en cien millas a la redonda. Ni un libro, ni un diario, menos un blog. Lo dicen ellos, los campesinos rastreros, las mujeres regordetas, los obreros huraños, es preferible beber, fumar puchos baratos, pasar las horas viendo televisión, o estafándose los unos a los otros chapurreando las rancheras que oyen en las destartaladas radios de sus camionetas. La confirmación necesaria y exclusiva de sus alegrías y pesares está en esos acordes mexicanos trasplantados al extremo sur americano.

Literatura quejumbrosa

De tanto hojear volúmenes de poesía me da por imaginarla como una consecutiva y monumental queja de la humanidad. Aunque también como expresión de dolor, nostalgia, desengaño. Quizá es la más fina vía de escape que necesita la condición humana para no enloquecer. Quejarse ante los demás, ante cualquier dios y sobretodo ante sí mismo, como una lamedura de gato cósmica. No estoy en condiciones eruditas de asegurar que siempre ha sido así. Pero da la impresión de que el victimismo existencial se apropió de la poesía de los últimos dos siglos. Si no existiese esta posibilidad literaria, si se eliminara el factor "queja", desaparecería al instante el 99% de los poetas y quedaría en paro un porcentaje algo menor de narradores, entre los que me incluyo, pues aunque intento desintimizar mis letras, desmarcarlas del desvarío existencialista, igual terminan ahogándose en el vaso de agua turbia del supremo Yo.

Pero aparte de la poesía quejumbrosa encontramos también la poesía vitalista, muy escasa por cierto, como si las loas a los premios del vivir tuviesen mala reputación. O la poesía amorosa, que es en esencia un mariposeo biológico, tal como la poesía erótica, redundancia afectada del histórico metesaca. Aunque estimo que no hay nada más desapasionante que la poesía guerrillera, definitivamente la más boluda de todas.

Personalmente prefiero la poesía boxística, la hilarante, la ingeniosa, la filosófica, la contemplativa, la burlona, la que en lugar de lanzar una bomba atómica de resentimiento a este mundo cruel tira petardos azules en las orejas de los tontos graves.

Los osos invaden Sicilia

Little dreamers, by Dara Scully.
Fue sólo una nube de medianoche que pasó cargada de lluvia en medio de una larga sequía. Pero alcanzó a humedecer la hierba, las acelgas, los morrones y las extensas enredaderas de los zapallares. Despertó también el aroma de la tierra mojada y dio aires ostentosos al poleo. Venía acompañada de cierta brisa irrespetuosa que botó manzanas, ciruelas y abundantes hojas secas de parra. Las ovejas lo agradecieron. Nada parece gustarles más que encontrar ciruelas remaduras en el suelo.
Amaneciendo fui a ver las huellas de esa nube. Mis sandalias y tobillos se bañaron con gotitas de rocío. Circulaba un viento húmedo asombrosamente aromático que acarició mi rostro. Las montañas aún dormitaban con los bancos de niebla. Pensé en el Oso Frangipán, aquel ingenioso soñador de La famosa invasión de Sicilia por los osos, de Dino Buzzati. No sé por qué se me vino a la cabeza, quizás por lo entrañable, por lo solemne, porque también vive entre las montañas, divagando sobre grandes asuntos científicos, sobre novedosos instrumentos que mejorarían la marcha del planeta, aunque teniendo a mano sólo piedras y árboles raídos.

Cuervos inmisericordes

En las noches frías jugamos a leer comienzos de novelas. Lo hacemos de forma arbitraria, entre miles de obras, buscando la que nos agarre de las solapas, la que nos inquiete, la que nos cautive con su poesía inevitable. Así es como hemos llegado reiteradamente a Bashevis Singer, a Nabokov, a Richard Ford y a casi todos los japoneses. Kundera es un caramelo para una madrugada alcoholizada, Cormac MacCarthy un whisky barato para el crepúsculo, antes que la pesadilla se travista de insomnio. Chéjov es la mañana otoñal, el sol tibio, el celular sin registro de llamadas. Joseph Roth es la soledad abalanzándose como una pandilla de cuervos inmisericordes. 



Decreto de disolución humana

Después de recorrer tanto mundo husmeando libros empolvados, películas eslavas y sermones rojos, vuelvo a sentarme en este tronco mohoso bañado de luna menguante y me declaro analfabeto. Decreto mi disolución humana, me proscribo como hombre y condeno a mi delgada moralina por inaplicable. La historia (y no sé por qué tengo esta certeza) no existe. Napoleón es el duende maricón de un bolsillo pegajoso, Stalin un relator de fútbol amateur, la risa un aborto terapéutico del espíritu. Está decidido. Seré un caballo negro, tendré un abrevadero de vino, comeré rosas rojas, montaré una yegua hippie y tendremos oseznos con dientes de sable.







Pintura: Bernard Buffet

Amable sonrisa de mujer

A veces los hombres confundimos la sonrisa amable de una mujer con una incitación a la seducción, con una apertura al candado de su intimidad, y eso basta para que estemos casi seguros de haber despertado en ella algo más que una cordialidad y nuestra acorazada alma romántica quede desguarnecida ante algo que muy probablemente ni siquiera sea real. 

Las mujeres de sonrisa amable suelen tener problemas por ser así y se ven envueltas en reiterados malentendidos. Los hombres somos fieras infantiles hambrientas de cariño, expectantes ante una señal, una caricia pasajera, un oído comprensor, un regazo cálido donde alivianar con ternura el peso de la historia. Somos fieras a veces despreciables, pues portamos antecedentes genéticos de mil batallas, el impulso de la espada, la depredación, la persecución y la huida, los signos en el carácter de antepasados que casi murieron de hambre, de frío y desesperanza. Pero que igual se las arreglaron para reproducirse y criar camadas fortalecidas.

Es verdad que muchos hombres fuertes murieron en el camino (esos tontos temerarios) y que su continuidad evolutiva se interrumpió para siempre. También es verdad que muchos de los que sobrevivieron y se perpetuaron eran los más cobardes, esos que arrancaban a esconderse ante los primeros sones de un conflicto. 

Nuestra estirpe sobrevivió a pestes, matanzas y atropellos, sobrevivió a sequías, aguaceros e invasiones, a odios, envidias y revanchas, y lo que es peor o mejor, sobrevivió al funesto sueño de la inmortalidad, ese sueño que pugna por igualarnos al probable altísimo.

La estirpe de las mujeres sufrió lo indecible. Ellas fueron objeto sexual y botín de batalla, golpeadas, apropiadas, mancilladas, incineradas en el fuego de la lujuria planetaria, sobrevivientes al arrebato masculino, al desdén de la prematura vejez, a la voluntad denigrada, al fogón moribundo. Muy pocas fueron realmente amadas y protegidas, aunque quizá de ellas proviene ese gen de la sonrisa amable que perturba y ridiculiza a los hombres sedientos de amor.

Pintura: "Véronique Mourousi", Bernard Buffet

La paz sea contigo

Me miro en el espejo. No es que suela hacerlo muy seguido. Más bien evito la confrontación con ese reflejo. Me cuesta reconocer al impetuoso Muzam de hace unos años. La vida por delante duró muy poco. Tantas camisas de fuerza autoimpuestas para no parecer vulnerable me impidieron voltear la vista, tanta agresividad fingida como perro arrinconado, corazoncito de cedro, puto sin destino.  Me ofendía cuando me decían poeta, porque para la gente común los poetas eran vagos, inútiles y maricones. Sigo creyendo que no lo soy, pues tengo armas y cojones para batirme a duelos no metafóricos, para salpicar con agua bendita a los fabulantes borrachos y perdonar a los que vivieron atorados de culpa.


Pintura: August Macke

Lo abandonado

Abro el blog Le Coq en Fer del escritor boliviano Claudio Ferrufino-Coqueugniot. Con seguridad uno de los genios más prolíficos de la literatura hispanoamericana actual. Textos rudos, enrostradores, poéticos, abundante erudición, ternura a raudales. Esta vez encontré un poema ebrio, la purificación del vodka como la lluvia a la noche, y un final críptico, que puede ser ironía o certeza respecto al delicioso teatro de máscaras del amor. En el enlace que él mismo subió a Facebook dice, "poema encontrado en computador en desuso".

Emociones insepultas

¿Por qué malgasto tiempo escribiendo un nuevo libro? La humanidad, los hombres, mujeres y niños no necesitan nuevos bocetos representativos de este territorio de muerte, de este festín de egoísmo. La bondad es una enfermedad muy aislada que se cura rápidamente con un microondas pagado en cuotas. Las hienas sonríen bebiendo margaritas ante una playa de utilería. Las observo sin rabia ni agrado. Morí hace dos otoños pero mis emociones quedaron insepultas, como entes lunáticos en un jardín de higos.

Adorable psicópata

Charlie envejece. Los trucos de borracho joven ya no surten efecto. Las chicas lo evitan como a un tío pervertido. La loca Rose se marcha a Inglaterra buscando su propia salvación. Charlie desearía que fuese una nueva broma de su habitual acosadora, pero las cosas decantaron hacia un camino distinto. Un solitario sin su adorable psicópata es como una lagartija sedienta en marte. Queda mucho licor. La mesa es el nuevo camastro. Charlie duerme sentado. Como buen alcohólico no sabe exactamente en qué lugar amanece. Nadie lo respeta. Escasamente alguien lo comprende. Two and a Half Men. Buena serie para acompañar una mañana lluviosa. Capítulos desordenados. Café con canela. Dos cigarros en el paquete. Libros de Hunter S. Thompson sobre el escritorio. Discutimos sobre su prosa. La droga no genera poesía. Al pan pan y al vino vino. Fue un intento interesante. Una asquerosa locura en Las Vegas. Vuelvo a Canada, de Richard Ford. Ahí me quedo. Es un diálogo que me acomoda. Lobreguez pausada, horizontes inalcanzables, precisión narrativa. La noche trajo silbidos de viento blanco. La ventisca se acercó hasta las lomas bajas. Los bosques de roble parecen helados de piña.
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