Artilugios emotivos

No sé si la soledad es una queja o una bendición. La multitud te convierte en un borrego estúpido, pero la soledad te hace doler esa indefinibilidad llamada alma. La creación es en principio un rompecabezas desparramado. Un rompecabezas que debes armar arbitrariamente para que nada calce como debiera calzar. O si no daría lo mismo seguir escribiendo redundancias de formas y estilos. El drama encubierto es que necesitas alejarte, aunque tengas a alguien al lado. Y en ese desierto debes sobrevivir solo, porque nadie podrá entrar en él. Podrás armar una casa de putas croatas, destruir iglesias católicas o avivar progromos de politicuchos neoliberales. Es la libertad imaginaria no sujeta a legislación nacional o ética. Luego vuelves por combustible mental. Café y cigarrillos, coñac para el frío, estridencias desquiciadas de Paganini, brindis por entusiasmos futboleros que no alcanzas a comprender. Voces en el portón. Celular vibrando. Ulular de wasap. Carita feliz de Facebook. Debes parlamentar. Y eso te obliga a enrielarte, a ser coherente. Salen palabras e impresiones desde tu sombrero de ilusionista que no podrías asegurar que estás sintiendo. Chamantos lingüísticos, palmoteos virtuales, artilugios emotivos para no morir de frío polar. La convención ocupa demasiado tiempo y allí también sueles estar muy solo. 

Imagen: Egon Schiele

Llueve sin pausa


Llueve sin pausa y el señor Tatón se inquieta pues nuevamente no habrá paseo. Desmalezo los almácigos. Acomodo las viejos utensilios agrícolas. Debo comprar herramientas nuevas y aprenderme sus nombres. Para cada requerimiento humano hay un objeto facilitador. El gran Malalcura se divisa fantasmal. 


Imagen: Rufino Tamayo, "Perro / Dog", grabado / engraving, 55,5 x 75,5 cm., 1979

Tamborileos fascistas en el valle


Cae la tarde de junio, el manto frío, el anticipo de la escarcha. Quedan manzanas solitarias en las copas de los árboles, bolsas de nylon acarreadas por los puelches, uva podrida en el parronal. Las montañas cambian de abrigo. Ocres y amarillos en los lomajes. Marrón anaranjado a media altura. Violeta en las cumbres. 

Repican tamborileos fascistas en el valle. Se acercan las elecciones municipales y tal como en ocasiones anteriores sale a relucir lo mejor y peor de cada localidad. 

La mentalidad campesina, la mayoría al menos, es sabia en aspectos climáticos, en cultivo de chacras y cuidado de animales, pero muy rudimentaria en el área política. Siglos de bosquejos patrioteros, militarismo ramplón y catolicismo ultrista han moldeado a un ser pasivo, obediente, unidimensional, que no votará más que por candidatos de extrema derecha, porque son ellos, con su circo y sus dádivas, los que han reemplazado la figura del terrateniente feudal. La mentalidad inquilina es una funesta mochila cultural que inclina la democracia hacia el oprobio del pasado. No hay mucho que hacer porque se hace mediante el voto. 

Por su parte, una minoría de campesinos silenciosos, con plena conciencia de clase, mantiene la memoria muy viva puertas adentro,  junto al fogón, premunidos de un mate dulce, y a veces unas sopaipillas fritas en manteca de cerdo. Pues allí, en esa pequeña ágora de la resistencia, van transmitiendo a sus hijos y nietos la historia de las bellaquerías cometidas por los que mandan y su horda de rastreros desclasados.

Pero a San Fabián ha llegado mucha gente que no responde a estas características. Profesionales, ambientalistas, académicos, jubilados, extranjeros, místicos, obreros urbanos y descendientes de antiguos sanfabianinos emigrados. La mayoría decididos a quedarse, imantados con la cordillera nevada, las aguas cristalinas, la tierra húmeda, el bosque nativo y la sencillez de los lugareños. Ellos aportan diversidad, dinamismo, nuevas ideas y entusiasmos que probablemente reorientarán nuestras formas de convivencia hacia algo distinto.

Poesía encriptada

No soy poeta, suelo repetir a quien me pregunta si lo soy o si quiero llegar a serlo. No soy poeta porque respeto mucho a Vallejo y a Góngora. Tengo el convencimiento de que mi aporte sería insustancial, una excedencia inútil a este mundo en que casi nadie lee. Sí creo cobijar elementos poéticos en mi narración. Poesía por defecto, encriptada, de una mirada que hace sendero al andar.



Dibujo: Franz Kafka

Espíritu contra espíritu


La ola polar me atacó con fuerza, como un joven ciprés botado de raíz con un soplo de escarcha. Hoy soy solo una mente en formol, al estilo Futurama. Explotar sería suicida y está fuera de mis protocolos de perduración. Quiero avanzar en La marcha Radetzky. Lo empezamos ayer tarde, mientras el viento de junio barría las últimas hojas de encino. Trotta no es distinto a los otros personajes de Joseph Roth. Vive en un mundo hostil, que muta a cada instante, que desconoce: "Sentíase como condenado de por vida a avanzar sobre un suelo resbaladizo metido en unas botas que no eran las suyas, perseguido por el secreteo de los demás y siempre recibido con recelo. Su abuelo había sido un aldeano con poca tierra, y su padre, suboficial de cuentas y más tarde gendarme en los territorios fronterizos del sur del reino. Desde que había perdido un ojo en un enfrentamiento con contrabandistas bosnios vivía como inválido del ejército y guardián del parque del palacio de Laxenburg, daba de comer a los cisnes, recortaba los setos, en primavera protegía los codesos de los ladrones, más tarde los saúcos, y en las noches tibias ahuyentaba a los enamorados, que no tenían dónde ir, de los oscuros y acogedores bancos". 

Me levanto a darle de comer a los perros. Se muestran tan alegres como hambrientos. El frío los consume, los enflaquece, les agota las baterías con que le ladran a las sombras.


Tuesto un pan en la cocinilla. No tengo hambre. Lorena lo toma para ella. Calienta una leche. Le agrega café. Sube mi fiebre y mi ansiedad por tener tantos libros inéditos. El tiempo pasa y nada se resuelve. Pero a un escritor no le corresponde publicar sus libros. Basta con que los escriba. Creo que fueron palabras de Borges. Lo leí anoche, en v0z alta, con la chimenea a full. La madrugada fue un manto de niebla espesa, ventanales humedecidos y ciruelos desnudos como espantacucos en disolución. Se trataba del prólogo de una antología de cuentos de 1933. Borges imponía a Chesterton en primera fila. Cuento policial sobre un asesinato sin motivo económico aparente, con espejos distractores y sombras de pavos reales. Una cena con distinguidos comensales curtidos en el arte de eludir responsabilidades. Se nos acabó la leña y nos quedamos a medio camino, sin saber la solución del entuerto. 

No encuentro el archivo de Chesterton. Tengo el computador equivocado. Nuevamente viento polar. Estrellas fulgurantes. Camionetas raudas. Hierve la tetera negra. Mate gastado. Mi holograma en la ventana. Espíritu contra espíritu. Ramajes que golpean el techo. Fiebre  en ascenso. Delirio joyceano, archivos sin nombres, Calvert Casey por accidente:"Pensé en los inmensos osarios del mundo que se convierten en polvo que el aire dispersa y nosotros respiramos, y pensé en el 4 de mayo de 1894 y en un día del 328 a.C. y en todos los millones de seres humanos que vivían en ese momento y hacían el amor y desfloraban vírgenes y apuñalaban a un hermano y se masturbaban y comían miel y se iban a guerras, y de cuyas vidas no queda nada, nada, nada..." 

Miedo a estar solo

Zigmunt Bauman habla del miedo a estar solo. Por eso recurrimos a Facebook, al afecto de las mascotas, a las radios a todo volumen, a las paredes atestadas con fotografías de parientes risueños que ya no son carne ni hueso. Por eso hay quien acude a una iglesia o se suma a una hinchada de fútbol. Por eso el amor romántico, las sábanas tibias, las siluetas entrelazadas en un horizonte idealizado. Por eso las viejas cahuineras parlotean de ventana a ventana pelando a medio vecindario. Es su red social de media tarde. Pero hay quienes necesitamos cierto grado de soledad. Un desierto programado con pasaje de ida y vuelta. Porque la posibilidad de solo marcharse es devastadora. La creación requiere biombos conceptuales para que la imaginación ejecute su alquimia loca. Aunque digamos que este tipo de soledad es relativa pues solemos contar con una biblioteca, digital o física, que es un bar atestado de mentes inconformes. 

Poesía en voz alta

Dan las diez de la noche y me da por leer poesía en voz alta. No es que antes no se pueda, pero es algo incómodo. Hay trajín, urgencias que cumplir. Prefiero leer poesía, aunque lo usual es que lea a los narradores. Allí está lo mejor. En Nabokov o Joyce. También hay imágenes fantásticas en Don DeLillo. Las ciencias sociales suelen ser un desperdicio de tiempo. Sólo se rescatan las ideas centrales, si es que las hay. Con la filosofía pasa lo mismo. Categorizarla no es fácil. El filósofo surcoreano Byung-Chul Han dice que no es una disciplina científica ni un género literario. Que ni él mismo sabe qué diablos puede ser. Eso lo leí ayer temprano, mientras comía una rebanada de pan duro. Lorena me escucha mientras hace lo suyo. No parece molestarle. A ratos opina. Últimamente se la pasa pintando. Parece perseguir la clave creativa de los genios. Emular los amarillos de Van Gogh, los terracotas fundidos de Paul Klee. La razón para leer poesía no la tengo muy clara. Quizá necesito escuchar la posible música de un poema. La matemática incrustada. El sentido. La explicación. El ansia que desató esa tempestad lingüística. 
Hoy avancé con Carver. Un borracho triste que comparte el trigo podrido con los gansos salvajes.

Factoría mental desquiciada


No siempre puedes explicar lo que escribes. Los textos simplemente afloran de esta factoría mental desquiciada. A cualquier hora. A propósito de nada. Y cuando debieras alzar la voz, enfatizar un suceso, pues te quedas callado. Intuyo que la vida carece de un cronómetro. No hay progresión, nada indica que mejoras, que comprendes, que alcanzas la perspectiva de un sabio para ver mejor las cosas, porque siempre vas saltando de mata en mata, volviendo atrás, dando la mano a los espíritus del pasado, pidiendo perdón en actitud budista, sacándole la chucha a los demonios que no te dejan en paz, haciendo de juez y verdugo en tu corte arbitraria, pidiendo un aventón a la familia Joad, o adelantándote, alfombrando un camino por el que nunca pasarás realmente. 

Imagen: Saul Steinberg

Quiltros de la historia


Medianoche invernal. Puelche frío. Cruje la vieja casona y afuera las siluetas de albaricoques se retuercen como bailarines del Bolshoi. Empezamos Los herederos de Bashevis Singer. La tragicomedia judía nos atrae, nos identifica. Quizá tengamos algo de esa estirpe, tal como debiéramos tenerla del resto. Somos quiltros genéticos, el final desafortunado de una historia donde todos copularon con todos. 







Extinción de los lectores

Nos preocupa la extinción de los lectores. Tememos entrar en paro por falta de demanda. Haber escrito por las puras huifas. Cervantes puede cubrir en solitario los horarios de oficina, ayunos y feriados. Shakespeare las horas cruciales. Joyce el insomnio. Y para nosotros apenas habrá un cheque de despido sin fondos y una patada en el culo.

Como Pedro por su casa

La luna se cuela por la rendija de una nube. Los nogales desnudos reciben su escuálido baño de luz. Llegan aromas de laureles quemados, de charqui chamuscado en rescoldos proletarios. El invierno de nuestro descontento no ha sido pródigo con las letras. Muchos ánimos se disuelven en cafés fríos, en neblinas tempranas. Los libros se acumulan sobre el velador. Todos comenzados y ninguno avanzado. Los archivos digitales corren la misma suerte. La locura por sobrevivir nos lleva a desbarrancarnos curva por medio. Quejarte no está permitido en ningún contrato, por eso metes cuñas de dolor en tus letras. Quizá allí seas absuelto. Jamás comprendido. Y de paso darás una patadas a la maleta. De madrugada avanzamos en Perorata del insensato de Sánchez-Ostiz. La voz de un pintor desquiciado, el escrutinio de una época de mil putas. El hielo de la madrugada consume los leños como boletas de garantía. La guardia está baja y hay tanto silencio que los fantasmas del pasado entran como Pedro por su casa. 

Imagen: Lithogaphs Kees van Dongen



Porque está ahí

Werner Herzog filmó Cerro Torre en los 90. La cumbre más difícil del planeta no podía dejarlo indiferente. Tampoco la controversia sobre si fue Maestri el primero en conquistarla en 1959. Escalar Cerro Torre parece tan irracional como pretender filmar la hazaña.  No puede verse con ojos convencionales. Y sin embargo la pregunta siempre nos está tocando el hombro. ¿Por qué? Gordon Leigh Mallory, probablemente el primer hombre que llegó a la cima del Everest en 1924, pero que no vivió para probarlo, atinó a responder en una conferencia previa: Porque está ahí. Respuesta sin réplica, que retorna como un boomerang hacia las catacumbas de la mente del propio Mallory. La cofradía que lo intenta parece querer estirar la cuerda de lo posible. Sacudirse la modorra mortuoria de la rutina. Contemplar la belleza del universo desde un lugar inaccesible.

Imagen: Cerro Torre

No se admiten preguntas


Domingo somnoliento. Una agonía indescifrable envuelve el valle, una agonía que parece estar sólo en mi retina, porque las personas pasan como mutantes felices. Caen pétalos, muchos pétalos, como daños colaterales de guerrillas aéreas de chincoles. Escucho a Satie, sorbo un mate amargo y abro Conjeturas sobre la memoria de mi tribu de José Donoso. Lo empezó a escribir días después de concluir Donde van a morir los elefantes. No sabe exactamente lo que va a escribir pero siente la necesidad de volcar su pluma. Intenta explicárselo como un desvarío entre su último libro y la muerte, un último ajuste de cuentas, un escrutinio frente al espejo, un cruce con las desgastadas fotografías de las generaciones precedentes, para justificar su camino, sus tropiezos, el amor y la furia diseminada. ¿Por qué llegó hasta ahí, hasta ese momento, hasta esa edad? ¿Cómo empezó todo? ¿Dónde se produjo esa fisura social entre un destino convencional y su solitario bregar de escritor? "No tuve libertad de elección -dice Donoso- porque un escritor no elige ni su voz, ni su mundo, ni su protesta, ni su modo de manifestarla; lo que fue creciendo desde mis palabras, pronto lo comprobé, estaba asignado desde antes que yo naciera, atándome a cierto dolor de perfil inconfundible..." 

Vuelvo a Satie, a otro mate, a espantar el polvo que sigue cayendo sobre el escritorio, sobre mi cabeza, sobre mis hombros, como paletadas oblicuas de muerte. Miro al espejo sospechosamente, veo mi rostro, mi barba, los estropicios del tiempo en mi expresión. Parezco un monstruo. Me doy miedo. Mi mirada no admite preguntas.

Inventario de la memoria I

 
Habla memoria. Di algo. Permite escribirlo. Dejar constancia de haber vivido. Sé que conservas humaredas de hojas, castañas enterradas en la hierba, senderos de conejos ladrones, sudor vaporoso de caballos alazanes, atadillos de espigas detrás de puertas grasientas, pósters desteñidos de divos futboleros, llaves oxidadas que contribuyeron a regar huertos extintos, bandejas con chilenitos, rumor de eucaliptos, liquidámbares rojos, escobas de retamo para estropear telarañas, tinajas volteadas que acumulan hojas podridas de parra, chupallas de espantapájaro, callanas para tostar trigo, tarros con lienza para pescar pejerreyes, y siluetas, demasiadas siluetas. No vayas tan rápido. Quiero ver sus rostros. Recordar el motivo de su expresión...

Llueve atardeciendo. Hay que guardar mesas y sillas. Recoger los membrillos. El gato no ha cenado. Un gallo cimarrón duerme sobre el níspero.

Imagen: Carlos Bernasconi
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