Zigmunt Bauman habla del miedo a estar solo. Por eso recurrimos a Facebook, al afecto de las mascotas, a las radios a todo volumen, a las paredes atestadas con fotografías de parientes risueños que ya no son carne ni hueso. Por eso hay quien acude a una iglesia o se suma a una hinchada de fútbol. Por eso el amor romántico, las sábanas tibias, las siluetas entrelazadas en un horizonte idealizado. Por eso las viejas cahuineras parlotean de ventana a ventana pelando a medio vecindario. Es su red social de media tarde. Pero hay quienes necesitamos cierto grado de soledad. Un desierto programado con pasaje de ida y vuelta. Porque la posibilidad de solo marcharse es devastadora. La creación requiere biombos conceptuales para que la imaginación ejecute su alquimia loca. Aunque digamos que este tipo de soledad es relativa pues solemos contar con una biblioteca, digital o física, que es un bar atestado de mentes inconformes.
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