La experiencia de escribir


Martin Kohan lo enfatiza en cada frase. Escribir es en sí mismo una experiencia, tal como leer. La lectura es un diálogo mente a mente, beber whisky con una voz que parla desde hace mil años. Para escribir no se requiere necesariamente haber danzado con zulúes. La experiencia de la vida es solo un complemento. Puede y no puede servir al efecto. Incluso el no hacer nada es un gran tema. El no haber vivido una guerra o hambruna, el estar despoblado de palizas juveniles, de estafas, de amores truncos. porque la vida igual se desenvuelve. La mente explora, se entromete, roba, se amanceba, masculla, regurgita, asesina, y ese condimento puede y no puede ser insumo literario, pues al escribir la vida toma otro cauce. Es como deambular por otro Nueva York. Un Nueva York desierto, al que hay que ir poniéndole palitroques, damiselas, animales, árboles, y sobre todo emociones, una nube rala, una última luz encendida en un rascacielos de pronta demolición.

Escribir es adentrarse en una catacumba con una linterna con las pilas gastadas, caminar en niebla espesa sin gps, lanzarte desde un risco confiando en que algún momento se te ocurrirá una nueva forma de volar. Y en el trayecto vas intuyendo las voces del monstruo que quiere tomar el relevo de la escritura. 

Así entendí a Kohan, algo así entendí a Piglia, a Borges, a Donoso, aunque las barbaridades escritas en este volumen son mías. Mi responsabilidad frente al cadalso de Robespierre. La incongruencia esencial que es parte de mi propia sombra.

 Cada mañana junto al primer café abro los youtubes con arias de ópera. Nadine Sierra, Aída Garifullina, Anna Netrebko, parte de las voces que son mi diana y mi compañía desde hace ya muchos años.

Lorena me dijo en algún momento que parecían gallinas cacareando. Me quedé con esa impresión. No me molesta. Es mi elección cacareadora en medio de esta época que no ofrece más que bosta medial.

Los días de julio parecen un veranito de San Juan atrasado. Ayer comentaba a Lorena mientras conducía a casa que estábamos en la forma justa y perfecta de vivir. Quizá 17 grados. Brisa tibia oliendo a terneros lejanos. Cerros avioletados. Sol tibio. Nubes de butoh. Ciruelos desnudos y un pequeño riachuelo con pidenes deslizándose junto a la carretera.

Lo usual es el calor y el frio extremo, esas condiciones que te ponen a la defensiva, yelmo reforzado, mascullando maldiciones a la poca deferencia de dios para con estos súbditos advenedizos que solo quisieran matear la tarde larga riéndose con las bromas de Joseph Roth.


Jorge Muzam

San Fabián de Alico, 19 de julio de 2025

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