Ayer fue un día soleado. Parecía un día rezagado del verano. Estuvimos todo el día construyendo el techo de una casa sobre una colina. Desde lo alto se veía el vallecito de San Juan, la enorme cementera de los españoles, una textil abandonada, cuatro vagones de tren arrumbados, grandes palacetes de ricos encumbrados en las colinas del frente, un bosque de eucaliptus, abundantes peumos con sus frutitas rojas ya maduras, patos salvajes, garzas, aguiluchos y gorriones. Justo bajo mis pies, al fondo del esqueleto en construcción, se paseaban coloridos lagartijones enfiestados con tanta luz.
Miré mis manos callosas y pensé en por qué tantas personas rehuyen los trabajos físicos. Por qué se les cataloga como lo más bajo en la absurda pirámide laboral del hombre. El trabajo físico purifica, tensa los músculos, airea los pulmones, nos torna más fuertes y nunca nos impide reflexionar. Cada trabajador elabora abundantes teorías en torno a la vida mientras trabaja. Muchas de esas ideas son el fruto de miles de días bajo las inclemencias estacionales sin más protección que una visera y un overol.
He estado en tantas partes. He cabalgado desde los cuatro años. He sido arreador de ganado, agricultor, cuidador de cerdos, rozador de terrenos, comerciante, pescador, librero, escritor, conferencista, profesor, traductor de animales, guionista, alcohólico, amante, modelo de desnudos, aspirante a prostituto, historiador, constructor, filósofo entretenedor, carpintero, vagabundo, poeta, he ayudado a quien he podido ayudar, he soportado mil cosas, he cometido mil errores y le he achuntado a mil blancos, he vivido como he podido y siempre mis manos han tomado con cálida parsimonia lo que han tenido que tomar, han hecho lo que han tenido que hacer y nunca han escabullido ningún bulto.
Los gerentes, los oficinistas, funcionarios y policías, los vendedores de perfumes, los sacerdotes, obispos y papas, algunos profesores universitarios, las mujeres gomero que se liman las uñas mañana, tarde y noche, los políticos de oficio, sobretodo ellos, cuán delicadas tienen su manos y cuán inútiles son sus vidas.
Digamos para ser justos que el 100% de los obispos y el 99% de los políticos no sirven para nada, se ganan la vida engañando a otros, alimentándose con el esfuerzo de otros, repartiendo hostias como supremo sacrificio o salpicando saliva infesta con la probable disminución de la pobreza.
Y todo para no ensuciarse las manos.
Qué bonito todo lo que escribes Jorge. Y cuánta verdad. Me has hecho recordar a mis abuelos, siempre trabajando con sus manos callosas y con tiempo para reflexionar. De ahí sus apreciaciones ante las cosas, ante las personas, ante la vida misma.
ResponderEliminarHay mucho señorito, efectivamente, de esos que no se manchan las manos, de esos explotadores de hombres que tienen el alma sucia.
Me fascinan las cosas que has hecho, sabio amigo. De ahí ese talante tan libre. De ahí tanta seguridad.
Un texto hermoso y lleno de matices. Te felicito.
Un fuerte abrazo amigo.
He admirado ese tipo de sabiduría desde que tengo conocimiento, querida Concha. Los hombres y mujeres con manos callosas eran al mismo tiempo meteorólogos, filósofos, sacerdotes, médicos, curadores del alma propia y ajena.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo mi querida amiga.
Todas mis parejas han intentado pulir mis manos, Jorge. Han tratado, en vano, he de decir, de que tuviera unas manos finas y delicadas acorde a mi dedicación de ese momento, y siempre fracasaron.
ResponderEliminarTengo manos de obrero. Manos que a la mínima retoman su aspecto de trabajador manual. Tal vez sea algo genético. Tal vez sean los años que fueron desde que tengo memoria hasta los 33 cargando cajas, o bloques, o rompiendo ladrillos a puñetazos, o llenándome de tierra las manos de niño sólo por el gusto de jugar descalzo en ella...
No sé, lo cierto es que soy un caso perdido, y aunque lleve un traje elegante, un buen perfume y desarrolle una elocuencia ante el que sea -cosaa que afortunadamente ya no hago- las manos parecen desentonar en ese conjunto, como si me las hubieran trasplantado de otro cuerpo.
Yo tengo manos de ama de casa, al menos eso me dicen cuando las rozan. Lo dicen con asombro pues suponen que tengo pinta de floja y malcriada por mi forma de hablar y manejarme. Sin mebargo mis manos hacen continuamente.. lavan platos, remueven tierra, lustran muebles, sujetan escobas o plumeros, pintan muruos, ponen clavos, pasan ladrillos, ordenan toneladas de papeles, preparan comidas, hojean libros y tantas cosas más.. aunque me ponga mucha crema y las lave con jabones antibacteriales siempre se ensucian porque quieren hacer. Preferiría decir que tengo manos trabajadoras ni de ama de casa ni de obrera porque soy una metida y cuando hay algo que hacer no discrimino entre las labores..
ResponderEliminarDignísimas manos de obrero que corresponden a manos proactivas. Enorgullésete de tus manos querido amigo porque algo dicen de vos al que las ve o las toca, aunque nunca dirán tanto como la nobleza de tus palabras.
Qué hermoso relato, da cuenta de la variedad temática que es capaz de abordar en forma tan profunda y poética.
ResponderEliminarCreo que nuestras manos reflejan lo que hacemos y lo que somos por consiguiente; cualquier otro aspecto de nuestro físico y nuestras actitudes pueden ser más o menos falseadas, pero las manos son el contraste que delata lo que es más verdadero en nosotros.
Aprecio y admiro las manos que muestran huellas de trabajo duro y esforzado, más aún cuando el fruto de ese trabajo es significativo y perdurable para la vida y el bienestar de los que amamos.
Debería sentirse orgulloso de las suyas.
Un abrazo
Las manos de los papas y las de los capos de la mafia son besadas con frecuencia para demostrar fidelidad, adhesión y respeto.. otra injusticia observable en este mundo.. Manos como la suya merecen ser besadas porque hacen con esfuerzo lo mejor para los suyos.. esa es una meta noble y grandilocuente. Ojalá reciba muchos besos que compensen los dolorcitos producto de la jornada laboral.
ResponderEliminarSaludos respetuosos.
Lila.
Manos de artesano que hace casas que será un bello hogar y que escribe prodigiosamente. Adorable relato y panorama el que nos brinda desde la cima de ese techo en obra y ni hablar de la historia que contaron esa manos.
ResponderEliminarSaludos ¡¡
Me siento tocada por lo inútil, pero es una valiente y hermosa mirada.
ResponderEliminarBesos
un escrito vigoroso pero que hace la consabida reverencia al poder secular; fue la Iglesia católica la primera en ayudar a los pobres cuando el sismo chileno; y el recordar eso demuestra mala voluntad y una capacidad enorme de hacer concesiones que te ganen popularidad; por lo demás, me gusta el escrito, tiene su toque coqueto habitual en ti, su pizca de irreverencia, humor y fuerza. La fuerza proviene del tema, no del modo en que lo tratas, al menos en mi opinión. El tema del intelectual vigoroso, el hombre contrapuesto al intelectual de sillón, es un tema muy digno de tratar, entre otras razones, porque tiene prosapia. Nuestra cultura occidental está mal basamentada sobre el reblandecido Sócrates, "el pensador" picodeoro que en nada creía y que no trabajaba, dedicándose a entretener efebos con su parla vana. En vez, deberíamos prestar atención a los presocráticos de los tiempos en que los griegos trabajaban con sus manos fuertes de remeros y campesinos y ganaderos y soldados, en vez de dedicarse a teorizar y a parlar con hetairas y efebos.
ResponderEliminarMe encanta el texto amigo...de repente he recordado que en mi escuela he aprendido a reponer cerraduras, a parar grifos que inundan... he aprendido de todo un poco. Pero sobre todo a dar y recibir muchos abrazos con mis manos calludas de madre adulta. No se nos caen los anillos por usar las manos. Ni siquiera necesitamos anillos. esa manos que describes, saben mucho de caricias.
ResponderEliminarUn abrazo Jorge