No sé si la soledad es una queja o una bendición. La multitud te convierte en un borrego estúpido, pero la soledad te hace doler esa indefinibilidad llamada alma. La creación es en principio un rompecabezas desparramado. Un rompecabezas que debes armar arbitrariamente para que nada calce como debiera calzar. O si no daría lo mismo seguir escribiendo redundancias de formas y estilos. El drama encubierto es que necesitas alejarte, aunque tengas a alguien al lado. Y en ese desierto debes sobrevivir solo, porque nadie podrá entrar en él. Podrás armar una casa de putas croatas, destruir iglesias católicas o avivar progromos de politicuchos neoliberales. Es la libertad imaginaria no sujeta a legislación nacional o ética. Luego vuelves por combustible mental. Café y cigarrillos, coñac para el frío, estridencias desquiciadas de Paganini, brindis por entusiasmos futboleros que no alcanzas a comprender. Voces en el portón. Celular vibrando. Ulular de wasap. Carita feliz de Facebook. Debes parlamentar. Y eso te obliga a enrielarte, a ser coherente. Salen palabras e impresiones desde tu sombrero de ilusionista que no podrías asegurar que estás sintiendo. Chamantos lingüísticos, palmoteos virtuales, artilugios emotivos para no morir de frío polar. La convención ocupa demasiado tiempo y allí también sueles estar muy solo.
Imagen: Egon Schiele