Filósofos beodos

En esos tiempos leía a Jorge Teillier. Lo leía ante mis amigos borrachos. Yo mismo era medio curaíto, entre beodo y canalla. Las mujeres no me estimaban más allá de un uso práctico. Nos solíamos reunir con el huaso Marciel, Takanori Tachi y Tito Cartagena. De cuando en cuando llegaba Pablo Bustos, impetuoso y burlón, a chupárselo todo. Los cinco teníamos mala reputación. Es decir, capeábamos clases para aceitar gargantas con un Cochiguaz. El pisco era muy malo y nos dejaba resaca de dos días. Al día siguiente volvíamos temprano a clases de Gabriel Salazar o Luis Vitale. Los ojos rojos, mucho bostezo disimulado, notitas obscenas de mano en mano. Luego un café ordinario en el casino, lecturas de Thompson en la biblioteca, Hobsbawm en el patio, impresiones al pasar, burlas mutuas y otro Cochiguaz para la tarde.


Imagen: Jorge Muzam, Takanori Tachi y Luis Marciel. Facultad de Filosofía de la Universidad de Chile, 1998.

Fúsi (Corazón de gigante)


El gris fantasmal de la madrugada nos envolvió de bufandas y orejeras. El whisky argentino nos hizo corcovear, caminar rápido, faroles como estelas, llegar a casa, café y resurrección. Vimos Fúsi, película islandesa reciente. Trata sobre un gordo tranquilo, rutinario, compasivo. No sabe de novias, de amor, de diversión. Vive con su madre. Trabaja en carga de equipaje en un aeropuerto. Sus compañeros le hacen burlas hirientes, pero Fúsi no responde, no agrede, no denuncia. Su rutina consiste en recrear escenarios en miniatura de la segunda guerra mundial, en comer comida tailandesa y en pedir temas metaleros a un locutor amigo para escucharlos en su camioneta. Su imperturbable rutina se ve alterada por un obsequio de cumpleaños: un curso de baile. Fúsi es empujado a socializar pero carece de precedentes. No sabe de qué hablar, cómo conducirse, qué actitud tomar. Conoce a una mujer tan solitaria como él. Atormentada, depresiva e inestable. Fúsi la protege pese al rechazo de ella. Le prepara comida, le limpia su hogar, la cubre ante el frío. Ella reacciona y parece volver a la vida. Sonríe, se proyecta y hasta sugiere un futuro junto a Fúsi, pero los caminos de la vida suelen tener abundantes desvíos, letreros borrosos y precipicios insalvables.

Apuntes sobre el neoliberalismo


Desde pequeño fui un respetable lector de textos económicos. Eran los setenta. Tiempos de dictadura, de revanchismo político y reorganización económica del país tras la breve experiencia socialista de la Unidad Popular.

Leía todo lo que caía en mis manos. Desde esas infamias embaucadoras del régimen militar tituladas El ladrillo y Conversaciones sobre economía (librillo didáctico sobre las bondades del neoliberalismo y demonización del socialismo que circuló por todo el territorio; en cada casa había decenas de ellos y no pocas veces se usaron para encender el fuego matinal), hasta los cuerpos de economía de El Mercurio, sus columnistas, sus perspectivas, sus clasificados.

Milton Friedman y sus Chicago Boys eran las estrellas del momento, las luminarias que nos guiarían hacia un futuro superexitoso. Leí cada facsímil ideológico del diario La Nación (entonces una basura apologizadora del régimen) Leí sobre las bondades de la liberalización de la economía, las ventajas comparativas, la inversión extranjera, la necesidad de achicar el Estado, bajar los impuestos, desregular el mercado financiero, acorazar los bancos, privatizar las empresas públicas, recortar el gasto social, promover el emprendimiento individual, y leí sobre los miles de millones de dólares que irían desembarcando en nuestra avasallada patria y que traerían progreso para todos.

No leí entonces El Capital de Marx ni ningún texto que me mostrara otra versión de la realidad, por cuánto todo estaba escondido o había sido quemado por miedo o por odio.

Mi descreimiento nació solo, al contemplar la realidad de cada día. La precarización y la incertidumbre de la mayoría. El desastre del 82. El desempleo, el no tener a qué echar mano, a quién recurrir, el hambre, las zapatillas rotas, la miseria extendida. Y por otro lado el circo exitista de la prensa controlada, el país pujante, exportador de materias primas, la antesala del desarrollo, la vieja oligarquía sobándose las manos, los generales sonrientes besando niños ante las cámaras, y el enriquecimiento de unos pocos acomodados políticos, las sabandijas del régimen, usualmente la más rastrera y codiciosa peste de cada localidad, amparados por la restauración del poder feudal de los terratenientes y su corte de lameculos. Incontrarrestables hasta el día de hoy. La llegada de la democracia sólo sirvió para legitimar a estos grupos, para blanquearlos ante la opinión pública, y la gente común tuvo que seguir rindiendo pleitesía a este gatopardismo populista de extrema derecha.

Con los gobiernos centroizquierdistas la orientación económica no varió un centímetro. Más bien se acentuó hacia un neoliberalismo aún más salvaje y despiadado. La dirigencia que se hizo del poder quería limpiar su imagen de inepta, congraciarse con el gran empresariado, competir con la tradición oligárquica y llegar a ser mejor que ellos, o parte de ellos. Siguieron desembarcando decenas de miles de millones de dólares a lo largo de todo Chile. Las transnacionales tuvieron su festín. Desde el desierto a la Patagonia. Éramos la joya del Pacífico. Un país casi sin reglas, sin control fiscal, sin sindicatos, con escasos impuestos y leyes laborales estibadas desvergonzadamente hacia el empresariado.

El hecho es que para el ciudadano común la vida no cambió hacia algo positivo. El trabajo siempre fue precario. Los sueldos de hambre. Se destruyeron las microeconomías de subsistencia. Se depredaron extensas zonas del territorio, se arrasó con la fauna marina, se contaminó a vista y paciencia, y luego, cuando quedaba el peladero, los inversionistas se marchaban dejando miseria y desolación.

El drama actual de Chiloé es sólo un botón de muestra del paso arrollador del neoliberalismo y la ineptitud centroizquierdista.

Volver a Joyce

Despertar en una habitación extraña, sin país, sin estación, sin sol reconocible. Tardar algunos minutos en recordar los últimos sucesos, cómo llegaste hasta ahí, quién te acompañó la víspera. Dónde quedó el intermezzo. Dónde las razones. Las circunstancias diluidas. Recuerdas Paris-Texas, donde la vida atropellaba como un vagón de carga y no sabías por qué. Nadie lo sabía. En qué exacto momento se bifurcaban los buenos deseos. Aún no sabes, no quieres saber, mejor despertar no sabiendo y que el día simplemente transcurra. 

Pero sabes, y esa es tu maldita doble cara. Lo sabes aunque cierres los ojos y finjas ante ese parpadeo oscuro. El sol sigue ascendiendo, este sol extraño, opaco, sin perspectiva, que no calienta ni alumbra. Sabes demasiado, y al saber tu corazón estalla de culpa como una bola de cristal lanzada desde un peñasco. Es mejor volver a Joyce y Nabokov. Así le digo a McCaves. Para sobrevivir, para imantar tu pensamiento de lenguas alternas y encontrar el tono para seguir escribiendo nuevas mentiras.

Arrayán macho / Notas sanfabianinas

Ascendiendo por el borde de estero Lara.

Lorena me miró con reprobación cuando probé un par de frutos del arrayán macho. Seductoras esferitas lilas, muy dulces y sabrosas, ante las cuales no me pude resistir. El temor reprobatorio de Lorena provenía de haber leído Into the wild y el probable envenenamiento de Christopher McCandless. Dije que no lo haría más, pero apenas se descuidó ingerí otras cinco pelotitas. 

Ocurrió el sábado pasado, en medio del Taller de Flora Nativa, mientras ascendíamos bordeando el estero Lara. Minutos antes había probado el fruto del lingue, que es un primo salvaje de la palta o aguacate. De diminuto tamaño y sabor astringente, dejaba en el paladar una sensación similar al de la palta chilena. 

La tarde estaba fría y en la cumbre de los cerros avanzaban veloces nubarrones blanquecinos. En medio del bosque húmedo se oían chucaos y tórtolas argentinas. Juan Carlos y Mauricio, los expertos encargados del taller, disertaban a cada paso sobre las peculiaridades de cada árbol y cada fruto y sobre la fortuna de que San Fabián concentrara la mayor diversidad de especies arbóreas de todo Chile. 

Temprano nos habíamos juntado en el vivero de árboles nativos, donde contribuimos a preparar semillas de corcolén, peumo, lleuque, luma y araucaria y a plantarlas de acuerdo a la forma que nos iban indicando. Luego nos trasladamos al camping municipal y desayunamos nueces, sumo de uva, castañas cocidas, pan amasado con palta, huevo o miel, té y café para los friolentos y mucho mate. Confluyeron conservacionistas, universitarios, profesores, secundarios, especialistas forestales, espíritus libres y místicos de toda la región.

Y respecto a las frutitas del arrayán macho puedo dar fe que son inocuas. No aluciné, no me intoxiqué ni me transformé en algo distinto.

Fruto del peumo
Fruto del arrayán macho
Lorena preparándose para el ascenso

A medio camino
Encino vestido de otoño

Copihues


Abrazando a un amigo 
Foto: Unidad Ambiental de San Fabián

Mustang


Fría noche sabatina. Café con whisky para espantar demonios polares. El humo de la chimenea se diluye en la niebla lechosa, tal como el recuerdo de antiguas noches de mayo. Se oyen queltehues exaltados por perros vagabundos. Buscamos una película no hablada en inglés o gallego. Llegamos a Mustang. Cinta turca dirigida por la debutante Deniz Gamze Ergüven. Ambientada en un pueblo turco, cuenta la historia de cinco hermanas huérfanas cuidadas desde pequeñas por su abuela y un tío. Ya se han convertido en adolescentes y en apariencia no se diferencian de otras muchachas en el mundo. Alegres, bullangueras, sobrecargadas de energía. 

Pero crecer suele tener un costo muy alto para una mujer en una sociedad conservadora. Y de esto se trata la película. De ese choque frontal entre la expectativa y la tradición. 

Al fulgor de la vida adolescente se le van adhiriendo cadenas, yunques, silenciadores de risa, bolas de acero. La tradición desploma la mirada y apaga la ilusión de vivir. En adelante no se existe más que para acatar, servir y procrear. Es la lenta muerte de la mujer, de su potencialidad, de su unicidad. Huir parece un despropósito. Turquía se asemeja a una gran prisión. Y más allá no es muy distinto. 


Link para ver la película completa:
http://www.pelispedia.tv/pelicula/mustang/

Duele Chiloé

Duele Chiloé. El hambre. El abandono. La incertidumbre de los pescadores. El gobierno, como los anteriores, torpe, desacertado o clasista, no hace más que avivar la mecha del descontento. Humilla con posibles migajas, declara insensateces, envía fuerzas represivas. El empresariado salmonero que ha contaminado las aguas se lava las manos. Nadie los controló nunca. Las personas se toman las calles, encienden fogatas, cantan canciones. En los días excepcionales la alegría chisporrotea. Alegría que emana de cada rebelde por saberse digno, presente, activo. Salen a la calle los verdaderos líderes sociales, las organizaciones de base, los estudiantes, los desempleados. A las autoridades provinciales y comunales no se les ha visto la cara. Es lo usual. Las ratas se esconden ante cualquier peligro. La distancia entre los de abajo y los acomodados políticos, entre el pueblo y el empresariado más abyecto es tan nítida y abismante que no da lugar a medias tintas, a interpretaciones, a ambigüedades. Es lucha de clases, es resentimiento, postergación, furia contenida, caldera en ebullición. Cualquier acuerdo será un mero calmante, una tregua, una veladura de armas, porque en Chile nada se soluciona nunca.

Buscando a Ron

Las cenizas del último incendio se han disipado en la noche azulada de mayo. Oscureciendo una garza solitaria nos quedó mirando desde un potrero aledaño al camino. Tras ella, una vaca negra servía de telón de fondo. Durante la breve tarde recorrimos el poblado buscando a mi perro. Vimos quiltros marrones detrás de rejas oxidadas, apuradas siluetas de perros callejeros, pero ninguno se asemejaba a mi poeta pulgoso. 


Cruz de mayo

No vimos hogueras el día de la cruz de mayo. Los tiempos han cambiado en San Fabián de Alico. Urgencias nuevas, cierto desdén por la belleza o inconsciencia de la unicidad de los momentos, de su importancia, de su solemnidad. Ni siquiera se trataba de una religiosidad obtusa o excluyente. Católicos, evangélicos y librepensadores contribuían a esa fiesta. Encender las piras era un acto de expiación cósmica, de purificación, de alegría y contemplación. Hoy las piras se alzan al cielo en la memoria de los ancianos que recuerdan, que añoran la compañía, el grupo, la colaboración. 

Cerros azules


Mayo es intersección estacional. Mes de cerros azules, humaredas de barbecho y árboles amarillos en extinción. Sabes que se acerca el frío por la cantidad de motosierras zumbando en el valle. Mucha gente ha quedado desempleada. En invierno hay escaso trabajo agrícola. No hay plantaciones, cosechas ni podas. Y si las hay son cubiertas por los escasos funcionarios de planta. El resto lo hacen las maquinarias. Para sobrevivir se vende cualquier cosa: enseres, ropa vieja, astillas de aromo verde. No pocos se dedican a la recolección de castaña y encina, pero eso da para pocos días. El resto es incertidumbre, racionamiento y espera.


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