"Considero poco menos que un milagro que hubiese alguien en mi familia dedicado al cultivo de la poesía o preocupado por mantenerse en contacto con las corrientes del pensamiento europeo, viviendo en una casa como la nuestra, hundida en la miseria de una generación de borrachos. No sé qué fuego interior pudo transfigurarlo".
Leo textos que retratan a James Joyce, comienzos y fragmentos de sus obras. Intento resarcir mi mediana ignorancia sobre este autor. Encuentro datos sobre sus años difíciles, su encuentro con Nora (su Irlanda portátil), la correspondencia tan sabrosamente obscena entre ambos, la huida a Trieste, la pobreza, el hambre, el desdén editorial y la altanería de Joyce, escritor seguro de su talento, de su cultura y de la calidad de sus letras. En los círculos intelectuales de Dublín no lo valoraban, no lo comprendían, no reconocían a ese Dublín reinventado por Joyce.
Sus 40 primeros años fueron económicamente dificultosos. Muchas veces no tenía qué comer. Tal como lo hizo Henry Miller en Paris, debió recurrir al auxilio de sus amigos. En ocasiones lograba cantar por algo de dinero, tenía voz de tenor. Y cuando conseguía algo de dinero, o mucho, se le iba entre los dedos, era derrochador, desordenado, pendenciero, buen bebedor y mal inversionista. Pero Nora, su mujer, siempre estuvo a su lado, y de su lado. Él lo sentía así, y lo hacía evidente, ambos eran un solo frente de batalla.
Leticia Svebo, hija de Italo, escritor y gran amigo de Joyce, cuenta a José Donoso (en El espectro de James Joyce, 1961) la versión que se sabe en su familia sobre la llegada de Joyce a Trieste:
"Era la noche del 3 de septiembre de 1903. Joyce, que era una de las personas más distraídas que he conocido en mi vida, se equivocó, y se bajaron en Lubiana, y allí tuvieron que esperar durante muchas horas el próximo tren para Trieste, donde llegaron a las 11 de la noche. No traían un sólo céntimo y hacían horas que no comían. En la estación, Joyce le dijo a Nora que lo esperara sentada sobre las maletas en la vereda, mientras él iba a buscar alojamiento y dinero. Pero encontrar a los directores de la Berlitz School a las once de la noche no era posible, y además él no tenía ninguna seguridad de que estuvieran dispuestos a emplearlo. Para consolarse en el puerto desconocido, marinero y alegre entonces, entró en un bar. Un grupo de marineros ingleses trataba de hacerse entender de una prostitutas. Joyce quiso ganarse unos pesos haciendo de intérprete, pero en cambio comenzaron a beber juntos. Pronto llegó al bar un grupo de marineros austríacos y entre ambos bandos estalló una violenta reyerta. Llegó la policía y se los llevó a todos a la cárcel. Entre ellos a James Joyce. Pasó su primera noche en Trieste en la cárcel, mientras Nora, sin saber de él, lo esperaba sentada en las maletas. Esas maletas contenían sus poemas de Chamber music, y los primeros cuentos de Dublineses..."
Imagen: Nora y James Joyce
Sobre Joyce, a quien leí a escondidas a los 12 años —el Ulises— y de ahí mi rabia contra él y que le considere un tipo aburrido y misógino, casado con una italiana que no le hacía ni caso. Joyce es una vaca sagrada s. XX de los escritores de la persuasión masculina y todos le invocan. Yo no entiendo mucho de Joyce y menos aún por lo de "no conocer el monólogo de [la tipa, Molly, o como se llame]", según me dijo mi amable amigo Buitrago, abogado colombiano, profesor, jefe de la sección editorial de La Opinión. Si Rafael no logró que cambiara de opinión sobre Joyce, la veo difícil. Admiro sus Dubliners (The Dead) y encuentro el Ulises genial como grito angustioso del varón contemporáneo. Debo forzarme a releer a Joyce. Mis preferencias, en cuanto a escritura inglesa, van por Freya Stark (Bocetos de Bagdad), mujer de acción, gran narradora, nada de angst ni neura.
ResponderEliminarGracias. Qué gusto leer un artículo tan luminoso y bello. No me he acercado aún a Joyce; tarea pendiente.
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