Me cambié zapatos tres veces. Fui por leña al galpón tres veces. Recogí huevos tres veces. Dos veces espanté al gato comehuevos. Di de comer a las gallinas una vez. No les di de cenar porque llegamos tarde del último taller.
Preparé café luego de darle once a mi madre. Café y una rebanada de pan con mermelada de ciruelas. No estoy seguro si es solo de ciruelas. Puede estar mezclada con cerezas. Objetivamente está sabrosa. Y muy aromática. Me la obsequió una amable profesora jubilada. Esposa de un profesor jubilado a quien le postulé un libro al fondo de patrimonio. Fueron cordiales en un país sobrepoblado de brutos fascistoides y eso me dejó contento.
Ha llovido desde anteayer. El viento pareció arrancar de raíz los encinos. Al menos eso temimos toda la noche. Y ya son dos noches temiendo. Leí diez poemas de Szymborska. Dos de Rene Char. Un libro completo de Claudio Bertoni. El cansador intrabajable para ser más preciso. Me conmovió el poema al recuerdo de su hermana pequeña. El libro estaba entre mis archivos de PDF del 2015. Lorena preparó mate amargo. Me tocaba el hombro para que se lo recibiera. Yo no la escuchaba porque mis audífonos reproducían Chi il bel sogno di Doretta.
Han caído muchos árboles. Pero no nuestros encinos. O quizá los encinos pensarán que nosotros somos sus humanos. Sus mascotas inútiles que solo saben causar problemas. Y que irremediablemente nos estamos siempre cayendo. O al menos tropezando. Los encinos deben tener 150 años. Nosotros 40 y 52. Y el señor Tatón tiene 8 y medio. Y ya no le quedan dientes.
Más café para esperar la medianoche. Lo acompañé escuchando entrevistas a Mariana Enríquez. Y también oyendo la lluvia golpear nuestro techo. Y al gato marrón desde la ventana de la cocina pidiendo más sopa tibia para capear el temporal.
Es de madrugada y se ha puesto más frío. Debe estar cayendo nieve sobre los cerros cercanos. Nieve sobre el alto Ñuble y sobre las aguas sediciosas de Shannon. Nieve lenta y silenciosa cayendo sobre Quebrada Oscura. Nieve blanqueando los bigotes de un zorro taciturno de Pichirrincón. Nieve sobre el invierno de 2010. Aquel invierno donde estuve más vivo que el resto de los inviernos. La nieve cubrió el valle. Mis hijos pequeños saltaban, se tiraban copos del porte de sus manitos cerradas y confeccionaban réplicas de Golem con nariz de zanahoria. Sobresalían escasas briznas de hierba que las ovejas cortaban con fruición.
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