El sol que mata la niebla


Todo lo que quisieras hacer en un día se desvanece. Miras a Tolstoi desde lejos, como si te fuera absorbiendo una pesadilla. Los imprevistos comiéndote los tobillos. Los cancerberos del tiempo útil mirando con fiereza tu mirada perdida en la niebla.

Y así, un día tras otro, no como caballos en la niebla, sino como horda de ratas atravesando un zaguán.

El café que se enfría tan rápido. El sol que mata la niebla. Abro Mirar, escuchar, leer, de Levi-Strauss. Escucho fragmentos de Las bodas de Fígaro. Miro el reloj del computador. 10:45 de la mañana. El avance de un 21 de julio. Lo miro como acorazándome. ¿Qué imprevisto sucederá hoy? Me voy al último capítulo del libro. Las bordadoras de las praderas de América del Norte que sueñan con la diosa de doble rostro. Bordan con púas de puerco espín. Les sangran las manos con los pinchazos. Los motivos geométricos de sus bordados deben salir de un sueño confidenciado por la diosa. Solo entonces el resto puede repetir la forma del bordado que se adhiere a la tradición de la tribu.

Las bordadoras que han soñado se comportan como libertinas, se acuestan con quien les plazca, ríen destempladamente y prosiguen su vida como poetas malditas.

Tanta desnudez en el horizonte. El hielo que empieza a derretirse. Las caléndulas que parecen disfrutar el frío. Una tenca anunciando visitas que no deseamos.

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