Arándanos

Regreso a la montaña. El bus serpentea sobre piedrecillas polvorientas. Cruzamos puentes sin barandas. Turbulentos canales de regadío.  Afuera suceden cosas. Erupciona el volcán Chillán, trillan los campos de Ribera de Ñuble, se incendia una ladera de Nahueltoro. Avionetas y helicópteros descargan su panza acuosa sobre el fuego. Todo en la misma ventanilla. En un solo momento. En el interior dormitan los cosechadores. Son los mejores de la provincia, los más rápidos. No hay mejor motor que la desesperación de la sobrevivencia. Campesinos pobres, universitarios, madres solteras, ex convictos, muchos ancianos obligados a complementar su precaria pensión. El arándano los atrae como a insectos hambrientos. Es el oro de los huertos. Ocho horas sin descanso, sin comer, sin hablar, musicalizadas por las cumbias rancheras de algún adolescente primerizo. Es la oportunidad de acumular capital para soportar el largo invierno del desempleo. 

1 comentario :

  1. Qué delicia los arándanos, lástima que casi todo eso sea para exportar!!!!. Buen relato, ese es un mundo desconocido para los que ya echamos raices en ciudad.

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