Llovió intensamente el fin de semana. La brisa huele a encinas podridas. Las hojas que no han caído se tiñen de marrones, amarillos y rojos. Vuelvo a repasar los primeros capítulos de Una cuestión personal, de Kenzaburo Oé.
Es difícil leer a Kenzaburo y no porque la lectura sea compleja sino porque es como caminar por callejones solitarios tapándose con la mano las heridas de un asalto. La sangre fluye por los costados. Pides auxilio inútilmente. Buscas una avenida transitada, una sala de urgencia abierta o una mujer que te acaricie la cabeza mientras esperas una ambulancia.
Pero Kenzaburo no te complacerá jamás. Si has de quedar inválido o si has de morir, pues que así sea. A lo mucho te permitirá ver las penurias familiares desde el lado más frío de la ventana. Y no te preocupes porque nadie reparará en ti por mucho tiempo, a nadie le importas realmente.
Es difícil leer a Kenzaburo y no porque la lectura sea compleja sino porque es como caminar por callejones solitarios tapándose con la mano las heridas de un asalto. La sangre fluye por los costados. Pides auxilio inútilmente. Buscas una avenida transitada, una sala de urgencia abierta o una mujer que te acaricie la cabeza mientras esperas una ambulancia.
Pero Kenzaburo no te complacerá jamás. Si has de quedar inválido o si has de morir, pues que así sea. A lo mucho te permitirá ver las penurias familiares desde el lado más frío de la ventana. Y no te preocupes porque nadie reparará en ti por mucho tiempo, a nadie le importas realmente.