Se me acabó el agua, el té, el
mate, el azúcar, y me dio por pensar en el porte de mi soledad. Sé algo de
matemáticas y astronomía. Y también de letras. Y lingüística. Soy un filósofo
autónomo. Es decir, tengo pergaminos para pensar en el tamaño de mi soledad.
Miré mis manos. No son muy grandes. Manos de antepasados pianistas, o
cortesanos, casanovas que recitaban a Byron ante campesinas bobas para luego
culeárselas entre el follaje. Miré la ventana. Daba a un patio cerrado. Abrí en
el computador una pintura de Hopper. Sentí que por ahí iba la cosa. La soledad
que se respiraba en ese cuadro era más grande que el cuadro. De eso se trataba
entonces. Es decir, yo era un gigante comprimido en un cuerpo de
hormiga y mi planeta era menos que una bola de billar ante Júpiter. Y yo lo
podía ver y eso era lo terrible. Yo sabía que era así. Que la soledad era la
peor tortura que nos legó Dios, la peor revancha por algún rencor
desentrañable. Dios infame. Beethoven le puso notas a esa soledad, hizo audible
el aire. Un sinsentido al fin y al cabo. El siguió igual. Yo seguí igual.
Muerte sentimental
El problema es que tus sueños crecieron muy alto, muchacho. Tus sueños eran excéntricos. Dar zancadas por las fronteras del conocimiento para encontrar la verdad unificadora no es poca cosa. Entretanto olvidaste muchas cosas. Como que también caminabas, que comías, que necesitabas un techo, abrigo, diversión, te olvidaste hasta del sol, y de la noche, y sobretodo, que necesitabas excedentes para suavizar el camino de otros, de esos nobles humanos que perpetuarían tu sueño…
Verás, hay quienes dicen que no eres más que un muerto moribundo, un pájaro albañil de troncos secos, la suma de las excrecencias del espíritu, un alma negra opositora a todas las almas, y a veces desearías defenderte, articular razones, pero luego piensas que no vale la pena, que nadie leerá tu defensa, que tu oratoria será un murmullo más en medio del tumulto. Ya fuiste condenado a la hoguera de la muerte sentimental y de verdad que no le importas a nadie…
No te juntes con la chusma literaria
Le digo a Claudio que no es conveniente desperdiciar las horas con la chusma literaria. Que es infinitamente más provechoso beberse una cerveza con un estibador borracho o amanecer con una puta triste en la playa de Curanipe. Que no lo tome como clasismo, prejuicio o arrogante desdén. Simplemente le hago ver que el tiempo de un creador de alto nivel es demasiado valioso, pues mientras otros intentan ascender dificultosamente las escaleras del arribismo literario, se adornan de muletillas y afectaciones, se hacen zancadillas mutuas o intentan hacernos perder el tiempo leyendo sus pelotudeces, nosotros estamos rompiendo la barrera del sonido lingüístico, renombrando estrellas, lanzando letras al agua ruidosa o escarbando en las catacumbas de la incoherencia narrativa. Le enfatizo que es como jugar ajedrez. Nunca mejorarás batiéndote con los aprendices. Y para todo lo que pretendemos leer y decir, nuestra vida se vuelve más corta que la de una ephemera. Por esto, distraernos a estas alturas sería letal para este suspiro vital que nos fue concedido por algún don Nadie.
Pintura: August Macke
Pintura: August Macke
La posibilidad de la mentira
La posibilidad de que todo sea
mentira, la alegoría del sueño perverso de una alegoría, un holograma
bombardeado con llovizna, cicatrices perdurables de hombres que nunca vivieron,
el amor y el odio exhalado por un cóndor milenario que observa desde un risco
desgastado, el sintagma placentero de una grabadora atorada, la congoja de un ruiseñor anciano, el ruido y la
furia de Faulkner, la timidez tras el cortinaje de Pessoa (los únicos hombres que creyeron
haber existido), la pesadez de no ser más que
improbabilidad, leves notas de un órgano destruido por el fuego mucho antes de
que algo existiese.
Pintura: Bernard Buffet
Negligencia divina
Me resisto tenazmente a soñar. Soñar es un defecto humano, una negligencia divina. Intento ser un hombre práctico. Los petirrojos no volverán a conmoverme, ni el rumor de los álamos, ni los carpinteros con su bongó sobre el manzano. Espabila, muchacho, vuelve a enterarte de la marcha mundial, dialoga con los opinantes callejeros, créele a algún miserable político, no es difícil fingir, ser una hiena al acecho, adular a cada maricón de este planeta para conseguir tu alimento, y recuerda no respirar demasiado otoño pues trae esencias venenosas...
Fotografía: © Lorena Romina Ledesma
No te aferres
Desde pequeño la vida te intenta enseñar que si te aferras excesivamente a algo o a alguien, pues te jodes. No puedes querer nada como si fuera eterno. Al final, la brisa parece estar en lo correcto.
Basta con una ranchera
Nadie lee en cien millas a la redonda. Ni un libro, ni un diario, menos un blog. Lo dicen ellos, los campesinos rastreros, las mujeres regordetas, los obreros huraños, es preferible beber, fumar puchos baratos, pasar las horas viendo televisión, o estafándose los unos a los otros chapurreando las rancheras que oyen en las destartaladas radios de sus camionetas. La confirmación necesaria y exclusiva de sus alegrías y pesares está en esos acordes mexicanos trasplantados al extremo sur americano.
Literatura quejumbrosa
De tanto hojear volúmenes de poesía me da por imaginarla como una consecutiva y monumental queja de la humanidad. Aunque también como expresión de dolor, nostalgia, desengaño. Quizá es la más fina vía de escape que necesita la condición humana para no enloquecer. Quejarse ante los demás, ante cualquier dios y sobretodo ante sí mismo, como una lamedura de gato cósmica. No estoy en condiciones eruditas de asegurar que siempre ha sido así. Pero da la impresión de que el victimismo existencial se apropió de la poesía de los últimos dos siglos. Si no existiese esta posibilidad literaria, si se eliminara el factor "queja", desaparecería al instante el 99% de los poetas y quedaría en paro un porcentaje algo menor de narradores, entre los que me incluyo, pues aunque intento desintimizar mis letras, desmarcarlas del desvarío existencialista, igual terminan ahogándose en el vaso de agua turbia del supremo Yo.
Pero aparte de la poesía quejumbrosa encontramos también la poesía vitalista, muy escasa por cierto, como si las loas a los premios del vivir tuviesen mala reputación. O la poesía amorosa, que es en esencia un mariposeo biológico, tal como la poesía erótica, redundancia afectada del histórico metesaca. Aunque estimo que no hay nada más desapasionante que la poesía guerrillera, definitivamente la más boluda de todas.
Personalmente prefiero la poesía boxística, la hilarante, la ingeniosa, la filosófica, la contemplativa, la burlona, la que en lugar de lanzar una bomba atómica de resentimiento a este mundo cruel tira petardos azules en las orejas de los tontos graves.
Los osos invaden Sicilia
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Little dreamers, by Dara Scully. |
Fue sólo una nube de medianoche que pasó cargada de lluvia en medio de una larga sequía. Pero alcanzó a humedecer la hierba, las acelgas, los morrones y las extensas enredaderas de los zapallares. Despertó también el aroma de la tierra mojada y dio aires ostentosos al poleo. Venía acompañada de cierta brisa irrespetuosa que botó manzanas, ciruelas y abundantes hojas secas de parra. Las ovejas lo agradecieron. Nada parece gustarles más que encontrar ciruelas remaduras en el suelo.
Amaneciendo fui a ver las huellas de esa nube. Mis sandalias y tobillos se bañaron con gotitas de rocío. Circulaba un viento húmedo asombrosamente aromático que acarició mi rostro. Las montañas aún dormitaban con los bancos de niebla. Pensé en el Oso Frangipán, aquel ingenioso soñador de La famosa invasión de Sicilia por los osos, de Dino Buzzati. No sé por qué se me vino a la cabeza, quizás por lo entrañable, por lo solemne, porque también vive entre las montañas, divagando sobre grandes asuntos científicos, sobre novedosos instrumentos que mejorarían la marcha del planeta, aunque teniendo a mano sólo piedras y árboles raídos.
Cuervos inmisericordes
En las noches frías jugamos a leer comienzos de novelas. Lo hacemos de forma arbitraria, entre miles de obras, buscando la que nos agarre de las solapas, la que nos inquiete, la que nos cautive con su poesía inevitable. Así es como hemos llegado reiteradamente a Bashevis Singer, a Nabokov, a Richard Ford y a casi todos los japoneses. Kundera es un caramelo para una madrugada alcoholizada, Cormac MacCarthy un whisky barato para el crepúsculo, antes que la pesadilla se travista de insomnio. Chéjov es la mañana otoñal, el sol tibio, el celular sin registro de llamadas. Joseph Roth es la soledad abalanzándose como una pandilla de cuervos inmisericordes.
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