Lo llevé en brazos y le cavé una tumba en el huerto. Me despedí en silencio. Dos piedras azuladas en recuerdo de los buenos tiempos. Con la última paletada empezaron a caer las primeras gotas del aguacero dominguero.
Tatón, su amigo hinchapelotas, está con nosotros, adormecido en el sillón. Lorena lo acaricia.
No sé de qué tratarán los siguientes días. Quedó su balón rojo mordisqueado. Una casa solitaria bajo el encino. Mis onomatopeyas cariñosas al regresar del trabajo.
Oscurece. Llueve con mediana intensidad. Tatón sigue dormitando a mi lado. Busco películas en la red, sitios piratas que me provean de Godard o Mizoguchi. Solo encuentro trailers y artículos. Bebo un té de jengibre. Miel para endulzar. Junto letras con dificultad, desconcentrado, impasible. Quiero aprehender a René Char, pero la poesía se me desarma como hormiguero en estampida. Hay problemas con la llamita vital. Debí morir en Gaugamela.
«Debí morir en Gaugamela». Brutal final. Épico. Alejandrino.
ResponderEliminarUna sucesión de fotogramas explota al final en una mirada
a la gran primera batalla de Alejandro sobre Darío.