Un bote de agua se ha estacionado en la montaña más alta, como el sombrero anaranjado de un mexicano adormilado. Los campesinos saben que no habrá lluvia. También los animales, que empiezan a cambiar su comportamiento para sobrevivir a la sequía. Me tropiezo en Deutsche Welle con la triste noticia sobre Gúnter Grass. Pronto cambio a Telesur donde exhiben la trayectoria de Eduardo Galeano, sus frases inolvidables.
Recuerdo la desolación que me invadió cuando se fue Solzhenitsyn. Hoy me ha sucedido algo parecido con Günter Grass y Galeano. Los papas de las letras también se duermen, las linternas de la sabiduría se apagan, o más bien se disuelven en la nada. No así su obra, todo ese palpitar de tinta, de ideas, de belleza.
Grass envejeció en desacuerdo con su época. La dictadura financiera mundial. La prepotencia israelí. La proliferación de supermillonarios y miserables. Los tiempos de Willy Brandt quedaron muy atrás. La socialdemocracia se hundió en un pantano de inoperancia. Luego
vino la decepción, la poesía contestataria, intraducible, mascullada con furor ante una
condición humana mayoritariamente retorcida.
El bienamado Galeano sistematizó la denuncia
ante tanta injusticia. Ante tanto aprovechamiento. Ante tanta violencia. Y entremedio se las arregló para no dejar de hablar del amor y la solidaridad. Lo hizo con talento, con poesía, con lucidez. Fue comprensivo, fue cálido, fue congruente, algo tan raro en las izquierdas,
sobretodo cuando consiguen algo de poder.
Hasta siempre, queridos hermanos de época.
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