Un joven gallo pintarrajeado por Joan Miró atraviesa el parronal de lectura. Es un atardecer atávico de sol tibio y humaredas campesinas. Oímos a Chopin mientras el ventarrón nos bombardea con hojas amarillas. Avanzamos en lecturas y escritos. A ratos un comentario, una sugerencia, la lectura de un párrafo asombroso que no podemos dejar de compartir. Lorena casi culmina Muerta Ciudad Viva de Claudio Ferrufino-Coqueugniot, y yo avanzo en múltiples lecturas y textos. No sé adónde voy, no sé exactamente para qué escribo, pero si no lo hago tiendo a desesperarme, mi corazón se oprime como si quisiera estallar y cientos de bulldozer se atropellan en mi garganta prestos a remover los escombros de mi alma azul. Mis tonos son múltiples. A ratos parezco un puerco malherido, un funámbulo burlón con nariz de payaso o un extremista iracundo con resortera made in Chile. He abierto Punto Omega de Don DeLillo. Parece un respiradero de soledad y poesía, un encontrarse consigo mismo en medio de la nada.
"La verdadera vida no es reducible a palabras habladas ni escritas, por nadie, nunca. La verdadera vida ocurre cuando estamos solos, pensando, sintiendo, perdidos en el recuerdo, soñadoramente conscientes de nosotros mismos, los momentos submicroscópicos. Lo dijo más de una vez, Elster, de más de una manera. Su vida ocurría, dijo, cuando estaba ahí sentado mirando una pared vacía, pensando en la cena.
Una biografía de ochocientas páginas no es más que una conjetura muerta, dijo.
Yo casi lo creía cuando me decía tales cosas. Decía que hacíamos eso todo el tiempo, todos nosotros, llegamos a ser nosotros mismos por debajo del fluir de los pensamientos y las imágenes apagadas, preguntándonos ociosamente cuándo moriremos. Así es como vivimos y pensamos, sepámoslo o no. Son los pensamientos sin clasificar que tenemos mientras miramos por la ventanilla..."
Punto Omega, Don DeLillo
Punto Omega, Don DeLillo
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