Los prejuicios son especies de virus que se incrustan en la razón y la vuelven errática, torpe, ciega e injusta. Es difícil deshacerse de ellos, a veces siquiera captarlos. Pero conviene respirar hondo y emprender la gran batalla de su exterminio. Es necesario arrinconarlos, desnudarlos, enrostrarlos, avergonzarse de ellos.
He convivido con abundantes prejuicios. A veces incluso de manera consciente. Algunos los he heredado, otros se me adosaron en el camino. En numerosos ocasiones me han servido para acorazar mi artillería, para hacer daño gratuitamente, o bien para defenderme.
Pero llega un momento en que miras hacia atrás y no te sientes orgulloso de esos incidentes, percibes el sinsentido de ser injusto con otros, o de participar en grupos que promueven formas de discriminación e injusticia. Y entonces decides reformatearte, y armarte de un poderoso antivirus que te limpie a tí mismo de tanta porquería prejuiciosa, aunque en cierta medida quedes desguarnecido.
Sin embargo, como escritor persisten en mí todas estas mañas, y en mis escaneos literarios de personas o grupos las cosas no apuntan hacia la corrección de las formas, sino todo lo contrario. Los escaneos son certeros en desnudar la condición humana, y allí los prejuicios se sobreponen. Si le aplicara un antivirus al escritor, mis letras parecerían espigas vacías o mariconaditas de gurúes de autoayuda.
No hay comentarios :
Publicar un comentario