Junto a los muros abandonados crece la hierba con particular entusiasmo. La naturaleza recobra su lugar, entreteje mantos de enredaderas y cobija en lo posterior lo que otros desecharon.
Intento conversar con los ancianos en cada lugar. Es algo que hago espontáneamente, que he hecho siempre, pero que antes no racionalizaba. De los jóvenes o adultos no tengo tanto que aprender como de los ancianos, de sus infinitos tropiezos, de sus añoranzas, del estibamiento de sus pasiones, de su templanza, de esa mirada mansa que agradece a la vida, y que ante sus ojos puede llamarse Dios o naturaleza o ni siquiera tener un nombre muy definido.
Con los ancianos me siento a gusto y siento que ellos se sienten a gusto conmigo. La vidas, miradas en retrospectiva, como un recuento final, no esconden la dureza del camino, pero a menudo están exentas de rencores y revanchismos. Los enemigos han sido perdonados y las circunstancias casi siempre comprendidas. Incluso los grandes dramas se rememoran con una sonrisa. Algunos ancianos tuvieron aventuras arriesgadas, amaron y odiaron, tuvieron parejas, hijos, nietos, logros, fracasaron en negocios, fueron asaltados, cometieron tropelías, engañaron, actuaron a veces con honestidad, fueron estafados, y sufrieron cientos o miles de humillaciones, tantas que la memoria nunca desea recordarlas todas...
Algunos estudiaron por las suyas, otros no pudieron asistir a ningún colegio, eran los tiempos, antes sí se pasaba hambre, se vivía descalzo, y los que fueron adinerados, pues tuvieron también sus soledades e incomprensiones, sus vidas tristes, llenas de convenciones; los que fueron vagabundos sienten sus vidas multiplicadas, y nada recuerdan con pena, sino más bien con orgullo y picardía. De alguna forma le ganaron a su circunstancia, a las creencias impuestas, al orden, a la severidad social, contemplaron auroras boreales, cráteres activos, cánticos budistas y amaneceres marinos. Vieron nacer y morir tantas flores que saben que la vida siempre es así y que los humanos renaceremos tarde o temprano como amapolas o cactus.
Con los ancianos me siento a gusto y siento que ellos se sienten a gusto conmigo. La vidas, miradas en retrospectiva, como un recuento final, no esconden la dureza del camino, pero a menudo están exentas de rencores y revanchismos. Los enemigos han sido perdonados y las circunstancias casi siempre comprendidas. Incluso los grandes dramas se rememoran con una sonrisa. Algunos ancianos tuvieron aventuras arriesgadas, amaron y odiaron, tuvieron parejas, hijos, nietos, logros, fracasaron en negocios, fueron asaltados, cometieron tropelías, engañaron, actuaron a veces con honestidad, fueron estafados, y sufrieron cientos o miles de humillaciones, tantas que la memoria nunca desea recordarlas todas...
Algunos estudiaron por las suyas, otros no pudieron asistir a ningún colegio, eran los tiempos, antes sí se pasaba hambre, se vivía descalzo, y los que fueron adinerados, pues tuvieron también sus soledades e incomprensiones, sus vidas tristes, llenas de convenciones; los que fueron vagabundos sienten sus vidas multiplicadas, y nada recuerdan con pena, sino más bien con orgullo y picardía. De alguna forma le ganaron a su circunstancia, a las creencias impuestas, al orden, a la severidad social, contemplaron auroras boreales, cráteres activos, cánticos budistas y amaneceres marinos. Vieron nacer y morir tantas flores que saben que la vida siempre es así y que los humanos renaceremos tarde o temprano como amapolas o cactus.
El consejo que siempre susurran: sonríe, no te lo tomes tan en serio, disfruta cada segundo, y nunca te fíes de los políticos, ni de los ricos, ni menos aún de los que quieren ser ricos.
Fotografía: © Lorena Romina Ledesma
Fotografía: © Lorena Romina Ledesma
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