Decreto de disolución humana

Después de recorrer tanto mundo husmeando libros empolvados, películas eslavas y sermones rojos, vuelvo a sentarme en este tronco mohoso bañado de luna menguante y me declaro analfabeto. Decreto mi disolución humana, me proscribo como hombre y condeno a mi delgada moralina por inaplicable. La historia (y no sé por qué tengo esta certeza) no existe. Napoleón es el duende maricón de un bolsillo pegajoso, Stalin un relator de fútbol amateur, la risa un aborto terapéutico del espíritu. Está decidido. Seré un caballo negro, tendré un abrevadero de vino, comeré rosas rojas, montaré una yegua hippie y tendremos oseznos con dientes de sable.







Pintura: Bernard Buffet

Amable sonrisa de mujer

A veces los hombres confundimos la sonrisa amable de una mujer con una incitación a la seducción, con una apertura al candado de su intimidad, y eso basta para que estemos casi seguros de haber despertado en ella algo más que una cordialidad y nuestra acorazada alma romántica quede desguarnecida ante algo que muy probablemente ni siquiera sea real. 

Las mujeres de sonrisa amable suelen tener problemas por ser así y se ven envueltas en reiterados malentendidos. Los hombres somos fieras infantiles hambrientas de cariño, expectantes ante una señal, una caricia pasajera, un oído comprensor, un regazo cálido donde alivianar con ternura el peso de la historia. Somos fieras a veces despreciables, pues portamos antecedentes genéticos de mil batallas, el impulso de la espada, la depredación, la persecución y la huida, los signos en el carácter de antepasados que casi murieron de hambre, de frío y desesperanza. Pero que igual se las arreglaron para reproducirse y criar camadas fortalecidas.

Es verdad que muchos hombres fuertes murieron en el camino (esos tontos temerarios) y que su continuidad evolutiva se interrumpió para siempre. También es verdad que muchos de los que sobrevivieron y se perpetuaron eran los más cobardes, esos que arrancaban a esconderse ante los primeros sones de un conflicto. 

Nuestra estirpe sobrevivió a pestes, matanzas y atropellos, sobrevivió a sequías, aguaceros e invasiones, a odios, envidias y revanchas, y lo que es peor o mejor, sobrevivió al funesto sueño de la inmortalidad, ese sueño que pugna por igualarnos al probable altísimo.

La estirpe de las mujeres sufrió lo indecible. Ellas fueron objeto sexual y botín de batalla, golpeadas, apropiadas, mancilladas, incineradas en el fuego de la lujuria planetaria, sobrevivientes al arrebato masculino, al desdén de la prematura vejez, a la voluntad denigrada, al fogón moribundo. Muy pocas fueron realmente amadas y protegidas, aunque quizá de ellas proviene ese gen de la sonrisa amable que perturba y ridiculiza a los hombres sedientos de amor.

Pintura: "Véronique Mourousi", Bernard Buffet

La paz sea contigo

Me miro en el espejo. No es que suela hacerlo muy seguido. Más bien evito la confrontación con ese reflejo. Me cuesta reconocer al impetuoso Muzam de hace unos años. La vida por delante duró muy poco. Tantas camisas de fuerza autoimpuestas para no parecer vulnerable me impidieron voltear la vista, tanta agresividad fingida como perro arrinconado, corazoncito de cedro, puto sin destino.  Me ofendía cuando me decían poeta, porque para la gente común los poetas eran vagos, inútiles y maricones. Sigo creyendo que no lo soy, pues tengo armas y cojones para batirme a duelos no metafóricos, para salpicar con agua bendita a los fabulantes borrachos y perdonar a los que vivieron atorados de culpa.


Pintura: August Macke

Lo abandonado

Abro el blog Le Coq en Fer del escritor boliviano Claudio Ferrufino-Coqueugniot. Con seguridad uno de los genios más prolíficos de la literatura hispanoamericana actual. Textos rudos, enrostradores, poéticos, abundante erudición, ternura a raudales. Esta vez encontré un poema ebrio, la purificación del vodka como la lluvia a la noche, y un final críptico, que puede ser ironía o certeza respecto al delicioso teatro de máscaras del amor. En el enlace que él mismo subió a Facebook dice, "poema encontrado en computador en desuso".

Emociones insepultas

¿Por qué malgasto tiempo escribiendo un nuevo libro? La humanidad, los hombres, mujeres y niños no necesitan nuevos bocetos representativos de este territorio de muerte, de este festín de egoísmo. La bondad es una enfermedad muy aislada que se cura rápidamente con un microondas pagado en cuotas. Las hienas sonríen bebiendo margaritas ante una playa de utilería. Las observo sin rabia ni agrado. Morí hace dos otoños pero mis emociones quedaron insepultas, como entes lunáticos en un jardín de higos.

Adorable psicópata

Charlie envejece. Los trucos de borracho joven ya no surten efecto. Las chicas lo evitan como a un tío pervertido. La loca Rose se marcha a Inglaterra buscando su propia salvación. Charlie desearía que fuese una nueva broma de su habitual acosadora, pero las cosas decantaron hacia un camino distinto. Un solitario sin su adorable psicópata es como una lagartija sedienta en marte. Queda mucho licor. La mesa es el nuevo camastro. Charlie duerme sentado. Como buen alcohólico no sabe exactamente en qué lugar amanece. Nadie lo respeta. Escasamente alguien lo comprende. Two and a Half Men. Buena serie para acompañar una mañana lluviosa. Capítulos desordenados. Café con canela. Dos cigarros en el paquete. Libros de Hunter S. Thompson sobre el escritorio. Discutimos sobre su prosa. La droga no genera poesía. Al pan pan y al vino vino. Fue un intento interesante. Una asquerosa locura en Las Vegas. Vuelvo a Canada, de Richard Ford. Ahí me quedo. Es un diálogo que me acomoda. Lobreguez pausada, horizontes inalcanzables, precisión narrativa. La noche trajo silbidos de viento blanco. La ventisca se acercó hasta las lomas bajas. Los bosques de roble parecen helados de piña.

Exhaustividad estructuralista

Mi obra es tan fragmentaria y dispersa que los estructuralistas sufrirán dolores de cabeza conmigo. Probablemente, y en esto les adelanto trabajo, llegarán a los siguientes resultados: “Hemos perdido el tiempo, señor Levi. Y mucho dinero. Muzam es un completo saco de huevas. Un payaso iconoclasta que se ha querido reír de nuestra importantísima labor. Sólo escribe para voltearse a las minas. Hemos leído la totalidad de sus engendros narrativos. Se nos agotó el café, las aspirinas y la paciencia. Mire aquí nuestras conclusiones:
1. Es un mitómano
2. Un irrespetuoso
3. Un esteticista difuso
4. Su obra es un vertedero de cualquier cosa
5. Sus aspectos morales son muy discutibles y en no pocas ocasiones reprochables.
6. Filosóficamente es un ebrio de cantina
7. Es feo”

No me dejes caer en la tentación

¡¡Dame palabras, oh, dios mío, dios de los hijos de puta, de los libertinos, de los sin ley, dame palabras para describir esta vida que parece inenarrable!! No me abandones, susúrrame desde las piedras vulgares, desde los troncos secos, mírame a través de los mansos caranchos,  de los coños sombríos, dame tu bendición a través de la luna en las noches de niebla. No me dejes caer en la tentación de escribir puras huevadas.

Bravo


Uno de mis primeros sueños de intelectual, allá por los 90, fue crear un pasquín similar a la desaparecida revista Bravo. La versión chilena de Bravo la dirigía un filósofo y en su contenido se alternaban buenas crónicas, análisis literarios, chicas hermosas y entrevistas a intelectuales de talla mundial. Era una publicación amable, libertina y comprensiva con el lector. Una revista que se adelantó a su época en medio del oscurantismo pinochetista.

Alcancé a coleccionar algunos ejemplares que se me perdieron entre tanta mudanza. Sin embargo, lo mejor sigue archivado fotográficamente en mi mente.

Para echarla a andar concertamos una reunión nocturna entre los amigos más cercanos, todos con abundantes inquietudes intelectuales y ya encaminados en alguna disciplina artística.  Aquella noche el primero en tomar la palabra fue Aldo Alcota, pintor surrealista, poeta en ciernes y borracho odioso. Aunque digamos que más bien apretó el play de su grabadora pues su discurso lo había grabado previamente en su casa ya que los ambientes públicos lo ponían nervioso y tartamudeaba mucho.

De pie, silencioso y solemne, dejó a la grabadora hacer su trabajo. Nos instó a tomarnos en serio el trabajo, a arremeter editorialmente en el ambiente nacional, a aumentar nuestras intervenciones artísticas y a no ser tan pajeros como hasta ese momento. Los demás brindábamos ante la grabadora con grandes jarros de cerveza Escudo.

Eramos un grupo interesante. Aldo deseaba ser un pintor de fama universal. No era nada de malo, y tenía una cultura a prueba de fuego. Sin embargo, a mí me parecía que tenía un talento aún superior como escritor y poeta. A veces escribía manifiestos para congraciarse con sus amigos de turno, y no importando de qué se tratase, lo hacía de maravilla. Políticamente no parecía tener convicciones profundas, así que un día podía sacar un manifiesto procastrista y al día siguiente otro manifiesto igual de solemne y bien articulado, pero anticastrista, o lo mismo estalinista y antiestalinista, nerudiano y antinerudiano. Pero todo lo que hacía era una obra de arte, un objeto de culto. A él se le podía perdonar todo.

Claudio Rodríguez era el otro integrante relevante. Escritor de tomo y lomo que asumió su papel desde temprana edad, lector voraz y conocedor de teorías y tendencias literarias. A esa fecha ya había escrito decenas de cuentos y un par de novelas. En la universidad se vio frecuentemente enfrentado a profesores mediocres que no eran capaces de percibir su valor o que lo desvalorizaban públicamente para hacer preponderar su rango académico y no quedar como gallos desplumados. Claudio siempre fue literariamente potente, aunque yo lo prefería cuando se volvía introspectivo, existencialista, cuando luchaba encarnizadamente contra sus propios molinos de viento. Es decir prefería y sigo prefiriendo al Rodríguez guerrero y cronista más que al mero ficcionador.

Def era uno de los articuladores del grupo. Sus mejores amigos se mataban de la risa de sus poemas cuando él no estaba. Era grave y algo agresivo y carecía de humor y autocrítica. Su destino estaba ligado más bien a las compilaciones de otros y a las relaciones públicas. Sin embargo, era capaz de percibir y valorar la calidad de los artistas realmente talentosos.

Jorge Solís era el poeta del caos. Sus genialidades no tenían comienzo ni final. Amaba a las doncellas rubias tanto como detestaba a las izquierdas exquisitas. Era un buen bebedor, casi un santo bebedor, y con él podíamos amanecernos bebiendo grapa en las plazoletas santiaguinas.

Carlos Sedille era un tierno payaso, Un inmigrante francés que se había vuelto tan chileno que ya era imposible diferenciarlo de cualquier roto urbano. Se valoraba a sí mismo como poeta, aunque para mí era un gran narrador, un escribidor travieso capaz de hacer milagros con el sarcasmo literario. Con el tiempo se volvió alcohólico y prostituto. Las mujeres lo usaban sexualmente y luego lo botaban, y el pobre Sedille quedaba mirando el techo sin tener siquiera una polilla en quien pensar.

Rodrigo Verdugo era un seductor nato, un encantador de amigos. El gran poeta del grupo, consistente y sabio, era él único que le daba un realce sistemático a la creación surrealista.

Roberto Yáñez era el gigante vikingo. Medio alemán y medio chileno. Nieto de Erich Honecker. Poeta y semental por opción ineludible. No era muy bueno al comienzo. Al igual que Alcota, pintaba lienzos, pero era capaz de reírse de si mismo, de sus chapucerías, y eso hablaba bien de él. Con el tiempo mejoró como poeta, y eso hay que reconocerlo, ya que muy pocos poetas perfeccionan su arte.

Malcovich Maluenda era el fotógrafo del grupo. Tenía cara de pervertido y sólo quería que empezáramos a trabajar pronto para desnudar dueñas de casa para la revista. 

Esa noche bebimos bastante y probablemente quedó todo zanjado, el proyecto en marcha, la impresión a punto. El problema es que al día siguiente nadie se acordaba de nada.

Imagen: "The mirror", Talantbek Chekirov.

Es probable que todo sea silencio

Escribir es como construir una casa a oscuras. Nunca lo harás con todos los conocimientos necesarios. Muchas veces improvisarás, usarás atajos, triquiñuelas semánticas, datos históricos discutibles. Sin duda que mentirás para calafatear ciertos muros y hasta sobornarás tu ética para maquillar una viga podrida.

Es probable que tú mismo seas un personaje secundario. Un espectador impasible ante esa farsa de los mil demonios. 

Cuando publiques tu historia, los teóricos literarios husmearán muy solemne y malintencionadamente esas fallas estructurales, te cotejarán con los clásicos para disminuirte el ego y escribirán mamotretos académicos resaltando aquellas complejas relaciones y rebuscados significados que a ti, solitario escritor, jamás se te pasaron por la cabeza.

También es probable que nadie diga nada.

Imagen: George Grosz
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