La búsqueda se resume en calor


He contaminado mis horas creativas con Schubert. No es que Schubert me fascine, al menos no toda su música. Tampoco es que me la pase escribiendo, sino que ciertas melodías reverberan en mis horas de faena, cuando mi cuerpo automatiza sus funciones y mi mente se sale de órbita garrapateando reflexiones en la orilla de playa de la memoria.

Mi mente busca compañía como una ameba perdida en el centro de Australia. Se entromete en vidas ajenas levitando como un fantasma mudo. Pide explicaciones, otorga bendiciones, ampara, maldice, condena, se marcha airada, atraviesa lechos y puertas, jardines descuidados, riachuelos correntosos, tramonta montañas, ve zorros inquietos bajo los maquis, les habla, los tranquiliza. No todo es peligro, no todo es muerte. Se sienta en un promontorio, lejos de todos los hombres, sin siquiera un libro de Zweig. Es mejor así. Piensa en lo que no vivió, en lo imaginado, en esas verdades desprovistas de circunstancia. La quietud pronto se transforma en inquietud. La memoria es un Maracaná repleto encogiéndose de hombros. ¿Dónde estuviste todo este tiempo? Tantea posibilidades en las formas a su alcance. Palpa hierbajos y rocas, esqueletos de libélulas devoradas por hormigas. Detrás de las rocas hay sombras y telarañas. En su interior, ilusión de eternidad quebradiza, magmas apagados cobijando rayones de hierro, esmeraldas y cuarzos. Quizá una mujer me conduzca a Sidney. Imaginarla es un trabajo artesanal, una restauración cubista. El sol no alcanza para calefaccionar la ruta. Schubert sólo empeora las cosas, mariconiza los sentimientos. Toda la búsqueda parece resumirse en calor, calor humano, calor de mujer, incluidos el sexo y los portentos del intelecto. El universo es demasiado frío para un hombre.


Imagen: Pintura de Carl Vilhelm Holsøe.

Buscando a Kyra


Danzan los queltehues bajo la fina llovizna de Seurat. Por la carretera pasan raudas camionetas con funcionarios del gobierno, asesores provinciales, lamesuelas municipales. Montoneras de roedores que ni saben dónde están parados. Vuelvo a lo nuestro. Leemos Kyra Kyralina, de Panait Istrati, la única novela que hemos podido conseguir de ese bendito rumano. No sé si leer consecutivamente a los desencantados del comunismo fue intencional o pura casualidad. Hay cosas que simplemente van sucediendo sin que quede tiempo para sopesar las razones intervinientes. Milan Kundera, Alexander Solzhenitsyn, Arthur Koestler, Isaak Bábel, Jorge Edwards, Roberto Ampuero. Los desilusionados del comunismo nos abren su mente, su corazón, su amargura, y a ratos también su cizaña, su retórica revanchista.

La felicidad del hombre no estaba de ese lado ni de este. Los buitres cambiaban tan fácilmente la swástica por la hoz y el martillo, la cruz por la demagogia, o elaboraban graciosos cocteles para impresionar a las masas de incautos, y a las hordas que pululaban en el poder de turno siempre las perseguía un séquito de moscas.

¿Y qué hay de  los desilusionados del capitalismo? Hemos sido tantos, aunque travestidos de formas brumosas, revolucionarios de terciopelo, de alfombra fina. Que no se note que estás tan en contra porque puede dañar un negocio futuro, un contrato jugoso, incluso escamotearnos  las mierdosas  horas de clases que nos faltan para poder comer hasta fin de mes. Crecí en la era milica, el paraíso pinochetista, ese donde nos transformaron en la Norcorea del capitalismo. Éramos aún pequeños, no teníamos medidas comparativas, la televisión mostraba un país bullente, pobladores esforzándose por ganar trofeos de baile, modelos rubias hablando de cosméticos y modas para gente fina. Igual se oían cosas por abajo, sabíamos que mataban gente, que irrumpían en la noche en cualquier casa y se llevaban a las personas hasta un nunca jamás, sabíamos que había delatores con veinte mil ojos, ancianitas nazis con oídos biónicos, psicópatas con bigote negro torturando muchachos idealistas, sabíamos que no se podía confiar en nadie. Pero, y esto es lo verdaderamente paradójico, el país funcionaba, íbamos a clases, recibíamos nuestra leche caliente a las diez de la mañana, las ferias eran baratas y estaban abarrotadas de comestibles, los obreros recibían su salario mínimo por remover piedras o hacer veredas en lugares donde no pasaba nadie, los alcaldes jubilados de la milicia bostezaban su arrogancia en sus sillones de felpa y las estaciones seguían pasando como cronometradas por relojes alemanes.

Tras 17 años de medievalismo moral llegó la democracia, los augurios de una alegría multicolor, el adviento del desarrollo igualitario. Todo sería mejor. Pero a muy poco andar las cosas se destiñeron hacia un gris medio fascistoide. La nueva camada de dirigentes era timorata o lamecula, pero nunca huevona, así que se atrincheró muy bien en los intersticios vacantes de la inmutabilidad neoliberal. Desde allí ganaron mucho dinero, se hicieron directores de empresas, asesores de transnacionales, mamadores ambientalistas de la generosa teta estatal, ministros de múltiples carteras, o parlamentarios inamovibles con salarios cien veces más altos que un obrero. Los buitres no eran buitres, ni hienas, sino ratas, ratitas de terciopelo, ratitas oportunistas que ascendieron hasta una altura intermedia de indolencia fétida, y allí se quedaron, aspirando habanos costosos, comprando acciones del retail, pagando sobornos a los superintendentes, dejando la moralina nacional en manos de los obispos obstetras y empujando el buque mapuche hacia la extrema derecha, hacia el glamoroso molinillo de indigentes y super ricos. Y el país no volvió a funcionar como un reloj alemán, los puentes se empezaron a ensamblar al revés, surgieron los elefantes abandonados, las casas de nylon, los colegios acuáticos, los sobresueldos bajo la manga a los asesores de los asesores, y la democracia se alimentó de coimas, nepotismos, arreglines, milicos ladrones, discriminación de opositores, concesiones truchas y corrupción a gran escala.

Hoy los obreros mascullan la sumatoria de horas mal pagadas, y escupen cada vez que pueden, como queriendo decir “bajo cualquier gobierno tengo que trabajar igual, por tan poco...". Y más allá de esa idea todo es fingimiento, cortesía forzada, hambrear expectativas, y aguantar a cuanto hijo de puta relamido se asome a estas tierras de sudor y largos horarios a pedir votos para luego revolcarse de gusto a costa del fisco.


Oramos con literatura

La noción del tiempo humano se torna ínfima cuando contemplamos las bibliotecas públicas, los libros digitalizados. Hoy podemos tener todo a la mano, menos una vida larga...

Amaneció lloviendo entre murmullos y torrencialidades. El viento oeste se abre paso hacia la cordillera. A ratos se muestra amable y a ratos furioso. El Manto de Eva que gobierna el patio central, noble planta que parecía un ganso salvaje desplegando sus alas verde lustrosas, se ha deprimido con las últimas heladas, con el diluido sol de junio y la ausencia de cumplidos a su belleza. Los ramajes del encino azotan los vidrios. Oramos con literatura. Bashevis Singer es una biblia iconoclasta, un semidios perdido en una nebulosa histórica, tormenteado de dudas y contradicciones. Sus personajes repiten sin demasiado convencimiento ni esperanza las oraciones judías. Nosotros la diversidad creativa del hombre. Son paralelismos que apuntan hacia lo mismo, la paz del espíritu, desentrañar los misterios, el encontrarnos de alguna forma...

Bellacas literarias

No sabremos de las obras completas de Julio Ramón Ribeyro en mucho tiempo. Su viuda evade el asunto o argumenta excusas difíciles de aceptar. Parece un problema de egoísmo pecuniario, de querer acapararse el botín de los derechos de autor, de especular con la fama creciente del escritor peruano.
Hace muchos años nos privaron de los diarios de Sir Richard Francis Burton, traductor de Las mil y una noches, lingüista, poeta, espadachín, descubridor de las fuentes del Nilo e investigador de las costumbres amatorias de numerosos pueblos. A la muerte de Burton en 1890, su viuda Isabel quemó 60 volúmenes de sus diarios íntimos, aparentemente por considerarlos indecentes. Se sabe de ellos por un solitario volumen que escapó de la hoguera.

Librepensador / Libero pensatore

La libertad de pensamiento y acción tiene sus incordios, como la soledad, el arrepentimiento, la culpa, la nostalgia. Gran parte del camino lo elijes tú mismo, aunque sea por omisión, por no hacer lo que se esperaba que hicieras o por hacer exactamente lo contrario, como una venganza inútil, una hinchadura de pelotas insustancial, exabruptos de la guerrilla cotidiana, el aguantarnos apenas, los días difíciles que desgajan la existencia, que ensombrecen la luz solar, que envenenan la buena intención, el sueño, la expectativa, que te transforman en un perro callejero arrinconado ante una jauría de dogos, un pequeño Truman, experto en zancadillas, adulteraciones, relojerías bombásticas, capaz de hiroshimar el planeta, atrincherado en una caverna llena de agujeros, con ojos procaces que husmean, que sentencian, y tú con tu lanzallamas de maldiciones presto a ser disparado, presto a herir, a avasallar, a caer, a levantarte, a caer... Algo así es la suma de los días de los que han intentado pensar libremente.

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La libertà di pensiero e di azione ha i suoi inconvenienti, come la solitudine, il rimpianto, la colpa, la nostalgia. Gran parte della strada la scegli tu stesso, anche quando è sottinteso, per non aver fatto ciò che ci si aspettava che facessi, o per aver fatto esattamente il contrario, come fosse una vendetta inutile, una rottura di scatole inconsistente , villanie di guerriglia quotidiana, il sopportarci appena , i giorni difficili che lacerano l’esistenza, che mettono in ombra la luce solare, che avvelenano la buona intenzione, il sonno, l'aspettativa, che ti trasformano in un cane randagio messo con le spalle al muro contro un branco di bulldogs, un piccolo Truman, esperto in sgambetti, adulterazioni , orologerie deflagranti, capace di hiroshimare il pianeta, trincerato in una caverna piena di buchi, con occhi spudorati che fiutano, sentenziano, e tu col tuo lanciafiamme di maledizioni, pronto ad essere colpito, pronto a ferire, a calpestare, a cadere, ad alzarti, a cadere ... Qualcosa di simile è la somma dei giorni che consumano la maggior parte di una vita che ha cercato di pensare liberamente.


Traducción de MarcelaFilippi. Traductora, poeta y editora chilena residente en Roma, Italia. https://intraduzionisolmar.blogspot.cl/

Dibujo: Saul Steinberg

Vivarachos y ventajeros

Arthur Koestler se alejó hastiado de la política. Enfangado en la trifulca ideológica de su época, pensaba que solo había conseguido hacerse de multitud de enemigos y que sus reflexiones no habían servido para nada. Nabokov hizo lo mismo en su momento. No era comprendido por emigrados rusos ni occidentales. La idealización del comunismo soviético tan de moda entre la intelectualidad europea lo había tachado de reaccionario, de excesivo. Sin embargo, la historia le daría la razón a ambos.
La reflexión política en Chile, mi país, es escasa. Lo que expreses en público o lo que publiques al respecto no pasa de ser mirado de lejos con cierta sorna o con mayoritaria indiferencia. Sobretodo si no le genera dividendos a nadie. Somos un pueblo intelectualmente desnutrido, retóricamente cantinflero y de moral muy dudosa (nuestros políticos de oficio pueden dar plena fe de ello), aunque nuestra principal característica nacional es la de ser ventajeros y vivarachos. Te consideran amigo dependiendo de cuanto provecho puedan sacar de ti. Todos están al acecho como ratas golosas, desde analfabetos a postdoctorados, expectantes ante la cantidad de queso que le pueden quitar al de al lado. O a cualquiera, da lo mismo, lo importante es que no acabe el día sin dar una buena mordida. Algunos opinan que es una consecuencia inevitablemente lógica del neoliberalismo, por haber sido los conejillos de Indias de un sórdido experimento mundial. Cortaron nuestras arterias solidarias, nuestra rectitud, nuestro honor, y nos afilaron los colmillos del botín, nos desguarnecieron de toda ética, nos lumpenizaron.  Otros creen que es el desbande oportunista de los que por generaciones vivieron en la mayor precariedad. Es decir, antes no éramos muy distintos, pero no había a quien quitarle algo porque a ras de pueblo casi todos eran unos miserables. Lo tradicional era que en la derecha se cocinaran las fortunas mientras que en la izquierda se cocían las habas. Unos acaparaban usando toda su potencial malicia y otros eran mayoritariamente ineptos, corruptos y camorreros. Parecía una constante, una predominancia de la retorcida condición humana por sobre la buena intención de unos pocos idealistas de la democracia. Sin embargo, Chile hoy da demasiada vergüenza. El fango del avivamiento sigue subiendo, más arriba de las rodillas, más arriba del corazón y hasta del hocico. Nuestro largo territorio es un lodazal pútrido que ensucia también a los honestos. La sospecha se abalanza sobre la población como una mantarraya siniestra. La sospecha, que es la defensa olfativa de los honestos también es el arma de los deshonestos. Que todos parezcan culpables para que ninguno sea culpable. La consigna es: roba a manos llenas y luego te escondes entre el tumulto de la prensa controlada que día a día entreteje entuertos para alejar la atención ciudadana de los grandes ladrones de la oligarquía. Qué tremendo espectáculo se vive en Chile. Probablemente ni Shakespeare ni Ionesco ni Beckett ni Darío Fo se lo habrían imaginado. La más extravagante tragicomedia humana se estrena con actores que a menudo ni saben que lo son.

Leer de madrugada

Sucede que a veces pierdo el gusto de leer solo. Antes me era imperioso alejarme de bípedos y cuadrúpedos, de aparatos electrónicos, del bullir cotidiano. Es verdad que casi nunca lo lograba pero al menos hacía el intento. Así fue como leí unos cuantos clásicos. No a todos, pues mi carácter es del tipo resentido, un mascullador de maldiciones múltiples y se dispersa muy fácilmente. Mi adn cultural contiene, por tanto, numerosas omisiones, oportunistas resúmenes y chapucerías de todo nivel. Las compenso como lo haría un maestro chasquilla, con más entusiasmo que exactitud. Mi tiempo lector no residual se circunscribe a las madrugadas, a los preámbulos del alba, y solo si es que no he bebido demasiado vino, pues en tal caso me da por escribir sentimentalismos horrorosos que luego destruye mi yo más sobrio.

Hoy necesito compartir este paseo por las letras universales con Romina. Ya hemos dialogado con Joseph Roth, Bashevis Singer y Nabokov. Hemos igualmente diseccionado el marxismo, el posmarxismo, el postestructuralismo, el postcapitalismo, el cantinflerismo neonazi, el ecologismo profundo, el feminismo radical, la indignación como motor sin ruedas, la anarquía como hermandad de iguales, sus posibilidades en un mundo oscurecido de cortoplacismos banales. Lo hemos hecho de noche, muy tarde, con mates amargos y galletas de vino. Seguiremos haciéndolo. Nuestras inquietas mentes escrutinan y disfrutan las grandes obras, olfatean innecesarias ralentizaciones narrativas, personajes fútiles o mal pincelados, tercerillos entrañables, colores de mil tonos, tanteos exploratorios de la contradicción humana, la probabilidad de dios, la improbabilidad también, el por qué de las nubes sonrosadas, la sabiduría expuesta en todas las formas permitidas por el relato y el sueño del relato.

El irreemplazable Lafourcade

Las heladas de mayo se han vuelto despiadadas. El sol de mediodía apenas logra diluir la escarcha. Hemos aprovechado las noches frías para leer, comentar y escribir. La cocina a leña parece una usina liliputiense. Aporta tostadas, agua caliente para el mate, té negro a punto, vino navegado, sopas de medianoche. Las baterías de los computadores se descargan rápidamente por lo que alternamos la biblioteca tecnológica con los libros de papel. Releo Invenciones de Enrique Lafourcade, enorme novelista, cuentista, cronista. Nadie como él desplegaba tanta cultura en cada párrafo, tanta poesía, tanta generosa ternura para resaltar a sus amigos, para inmortalizarlos. La mala salud, la memoria volátil, quizá solo la edad, lo mantiene en silencio desde el 2008. Se le extraña. Chile no es el mismo sin su voz. Es un irreemplazable. 
Lorena lee Vieja escuela, de Tobías Wolff. A ratos se concentra tanto que olvida recibirme el mate o desoye mis comentarios que se diluyen en el gélido silencio de la madrugada.

Madrid-Cochabamba (Cartografía del desastre)

Avanzo en Madrid-Cochabamba, libro de relatos de Claudio Ferrufino-Coqueugniot y Pablo Cerezal. La literatura, la música, el alcohol, la cocina, la supervivencia y sobre todo el amor se despliegan con el habitual virtuosismo narrativo con que nos han bienacostumbrado estos admirables escritores bolivianos. Periféricos, resentidos, brutalmente sinceros, han llegado a la cúspide literaria con los pantalones indemnes, aunque con el alma adolorida, las llagas ardiendo y el pecho inflamado de tantas victorias pírricas. Los ves entre la multitud literaria y los quieres de inmediato. Sientes que también pueden verte y eso te hace feliz. Decides acompañarlos de lejos, observando, aprendiendo, disfrutando sus escalas, y dispuesto a defenderlos, aunque quizá ni lo necesiten, porque son autosuficientes, guerreros diestros, supernovas literarias. Suelen montar caballos de humo, vestir cota de bar, antifaces para letras chicas, adarga de cartón y una enorme lanza de bambú para pincharle el culo a las nubes grises, a los asnos marrulleros, a las piltrafas sicarias de la narrativa. El oficio es un deleite peligroso, un callejón con escasas salidas, sobrepoblado de huevonazos perpetuos, de colilargas acechantes con más veneno que saliva. Y aunque no es difícil pisarles la cola, hacerlos chillar en público, dar un soplido a su holograma marketero, lo más probable es que consideremos que ni vale la pena. El tiempo de un gran creador tiene un valor distinto.

Guindo Santo / Crónicas de San Fabián de Alico

Guindo santo, vestido de amarillo, en el borde del estero Bullileo.

Jorge Muzam

Lorena me informó sobre el taller de árboles nativos. Había visto el cartel en la sede comunitaria. Nos pareció pertinente asistir. Lorena siente una irresistible atracción por el mundo natural, por la preservación de las especies que aun no han sido arrasadas, y yo, por mi necesidad de concluir mi libro sobre San Fabián con una contextualización creíble.

Juan Carlos Covarrubias expone y traspasa su
bien argumentado amor por el bosque nativo

Siendo sanfabianino de nacimiento, y habiendo vivido gran parte de mi infancia entre montañas y bosques, no sé identificar la mayoría de los árboles. Tampoco las flores. Es decir, conozco el roble, el boldo, el litre, el avellano, el canelo y el arrayán, pero con el resto de las especies me confundo. La premura por sobrevivir nos hacía andar a las apuradas, invisibilizando las especificidades del bosque.

Llegamos algo atrasados a la primera exposición donde Juan Carlos Covarrubias, ingeniero forestal, exponía su diagnóstico del bosque nativo local. El panorama no era auspicioso, pero el despliegue de entusiasmo y erudición alejaba cualquier opción pesimista. 

Lleuques con avellanas que amablemente
ofreció la tallerista francesa.

Tras un breve descanso para aperarnos de almuerzo nos dirigimos hasta Bullileo por el camino donde se asciende a la Laguna de la Plata. Éramos alrededor de veinte personas. Dos ingenieros forestales chilenos, dos agrónomas francesas, una periodista argentina, una locuaz brasileña, un yerbatero apodado Cholito, tres adultos mayores, no más de ocho estudiantes universitarios de la región y unos pocos sanfabianinos. 

Almorzamos en un campo alfombrado de hojas amarillas. Todos compartieron lo que llevaban. Probé lleuques con avellanas que ofreció una de las francesas y un trozo de pastel salado de la simpática brasileña. 


El ascenso fue provechoso. Los guías sabían muy bien lo que hacían, eran corteses, pacientes, pacíficos. Aprendí sobre especies que nunca había oído pero que estuvieron desde siempre en nuestro territorio. Entre ellos el naranjillo, la huala, la luma del norte y el bello guindo santo. Aprendimos a diferenciar semillas, a reconocer frutos comestibles, a percibir el daño causado por las especies introducidas. Me sentí, y creo que de alguna forma le pasó a la mayoría, como un Alexander Supertramp, un ecologista profundo, desencantado de la banalidad de la civilización, de la depredación capitalista, de la ceguera individualista, convencido de que hay opciones moderadas y radicales para resistir y contraatacar hacia un mundo mejor y necesariamente sustentable, un mundo donde no volvamos a sentir la permanente opresión en el pecho que nos produce el que todas las bellas razones para vivir se pueden acabar en cualquier momento.

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