Mi mente busca compañía como una ameba perdida en el centro de Australia. Se entromete en vidas ajenas levitando como un fantasma mudo. Pide explicaciones, otorga bendiciones, ampara, maldice, condena, se marcha airada, atraviesa lechos y puertas, jardines descuidados, riachuelos correntosos, tramonta montañas, ve zorros inquietos bajo los maquis, les habla, los tranquiliza. No todo es peligro, no todo es muerte. Se sienta en un promontorio, lejos de todos los hombres, sin siquiera un libro de Zweig. Es mejor así. Piensa en lo que no vivió, en lo imaginado, en esas verdades desprovistas de circunstancia. La quietud pronto se transforma en inquietud. La memoria es un Maracaná repleto encogiéndose de hombros. ¿Dónde estuviste todo este tiempo? Tantea posibilidades en las formas a su alcance. Palpa hierbajos y rocas, esqueletos de libélulas devoradas por hormigas. Detrás de las rocas hay sombras y telarañas. En su interior, ilusión de eternidad quebradiza, magmas apagados cobijando rayones de hierro, esmeraldas y cuarzos. Quizá una mujer me conduzca a Sidney. Imaginarla es un trabajo artesanal, una restauración cubista. El sol no alcanza para calefaccionar la ruta. Schubert sólo empeora las cosas, mariconiza los sentimientos. Toda la búsqueda parece resumirse en calor, calor humano, calor de mujer, incluidos el sexo y los portentos del intelecto. El universo es demasiado frío para un hombre.
Imagen: Pintura de Carl Vilhelm Holsøe.
Imagen: Pintura de Carl Vilhelm Holsøe.
sinfonía de pensamientos que fluyen salvajes y copuladores
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