Oración laica por Salman Rushdie


Llovió todo el día, con ventarrón intermitente y rugidera de árboles desnudos. Contemplamos la jornada desde la ventana. Los pozones fangosos. Las estoicas caléndulas. Los gatos mojados de agosto que ante la urgencia del amor desatienden razones climáticas. El encino derribado y las torcazas huérfanas de hogar. Logré mantener el fuego encendido con tronquitos verdes del cedro que cayó en el jardín. A ratos igual tuvimos frío. Tatón se exasperaba por no poder salir a jugar como de costumbre. Tampoco pasaron ciclistas, caballares ni corredores solitarios que lo incitaran a un ladrido furioso.

Almorzamos tortillas de verduras, albóndigas de lentejas, ensalada escarola. Romina preparó café y horneó galletas cubiertas con dulce de mora. El mismo que preparé a mediados de marzo. Lo disfrutamos viendo un documental de DW sobre Salman Rushdie. A ambos nos importa demasiado la suerte de Rushdie. Es alguien del gremio. Una mente lúcida con sentido del humor suicida. Deseamos ferviente y silenciosamente que se recupere. Un deseo como oración encomendada a los dioses de Bukowski.

La tarde nos ensimismó. Cada uno en lo suyo durante al menos siete horas. Escribí cinco textos nuevos, textos impensados que vinieron de un altísimo laico. Redescubrí por efecto de serendipia una novela del 2008 de la que ni me acordaba y que estaba guardada en mi correo. Un yo levemente distinto. Más sobrio y temerario. Hoy mi Kaláshnikov se oxida por falta de uso. O de razones. Una melancolía steineriana doblega mi voluntad. Hoy solo escucho ópera bebiendo vino tinto de supermercado. Releí el comienzo y me prometí publicarla. Luego avancé en memorias de Elías Canetti, Joseph Brodsky, Doris Lessing e Ilya Ehrenburg. Últimamente he preferido leer memorias a novelas, no obstante avanzar en obras de Vargas Llosa y Philip Roth.

Inevitablemente a ratos me voy a las redes, no por demasiados minutos, porque los niveles de toxicidad son abrumadores. Quedan pocos días para votar la propuesta de nueva constitución, y la extrema derecha descarga toda su violencia clasista, su venenoso desdén, su racismo, su anticomunismo enfermizo a través de sus medios hegemónicos, sus encuestadoras y los millares de lacayos que amenazan convertirse en mayoría.

Es mejor volver al silencio de la lluvia, a 1920, 30 o 50, al baile nocturno de poetas y sobrevivientes, que en estricto rigor es casi lo mismo, a esos días y noches donde predominaba la ingenua certeza de que los años venideros serían mejores.

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