Manos frías

 


Agosto trajo las heladas de antaño. Niebla espesa sobre Paso Ancho, Cachapoal y Tres Esquinas. Aromos estallando en amarillos a la vera del camino. Voy con mi vecino Donato a San Carlos. Mientras conduzco él mira por la ventanilla y empatiza con los trabajadores de manos frías. Sabe que a la mayoría no le queda otra que perderse en esa niebla trabajando sin descanso por un par de míseros pesos. Él mismo lo sufrió durante ochenta años. Hoy tiene ochenta y cinco. Antes bastaba con poder afirmar una pala o azadón para licenciar como adulto a un niño.

Regresamos a media tarde. Dos vasos de vino para brindar por lo hecho durante la jornada y de nuevo a mi casa. El vino espanta el frío y los malos espíritus que acechan como oleada de inmigrantes del infierno. 

La luna menguante se despide y con ella la última posibilidad de poda. Pese a ello arranco parte de mi sobrepoblación de ciruelos pequeños. Las matas de zarzamora. Los pequeños obstáculos donde podría tropezar mi nieto Oscar cuando me visite en el verano.

La noche me sorprende tan pronto. Vuelvo a casa. Tatón me hace mirar el reloj. Le preparo su comida. Hacemos el rito habitual. Le digo las mismas ñoñeces y él ladra y salta sobre mi pecho y persigue a la gata marrona. 

Tras comer lo llevo a las casitas del potrero. Se limpia los bigotes en la hierba mojada. Rasca el pasto con las patas. Se recuesta contento patas arriba mirando las estrellas. Volvemos a casa. Tatón a su sillón. Yo a mi escritorio. Romina trabaja en su celular mientras pedalea la bicicleta estática.

Media hora más tarde Romina me dice que tomaremos once. Prepara huevos a la paila. Mate cocido. Pan amasado. Una trozo de queso. 

Luego nos volvemos a distanciar para las horas laborales nocturnas. Sigue en lo suyo. Puede hacer cuatro o cinco cosas a la vez. Yo solo una. 

Culmino un nuevo escrito. Limpio dos textos antiguos, pero tampoco me dejan conforme y no los publico. Me acomete una tristeza como soga metafórica al cuello. Escribo otro texto que bien podría ser un poema o una redención en cuotas bancarias de esa tristeza. 

Son las diez de la noche. Cierro las cortinas. Me siento en el sillón grande para proseguir lecturas. Escucho con audífonos Magnificat de Monteverdi. Me resigno a perderme el probable comienzo de la lluvia. Abro mi biblioteca digital. Recorro mi batallón de libros a medio leer. Me inclino por Carver. Quiero releerlo a raíz de un artículo que escribió Maurizio Bagatin. Empiezo con Catedral. El pavo Joey, la cerveza fría, el molde de dentadura deforme sobre el televisor. Constancia de un agradecimiento permanente. De nobleza amorosa entre perdedores. 

No hay comentarios :

Publicar un comentario

Creative Commons License
Cuadernos de la Ira de Jorge Muzam is licensed under a Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivs 3.0 Unported License.