Hablamos de los estragos del clima. La luz cortada. La mesa en penumbras. Un vino a medias. Las ovejas observan la tempestad desde la entrada de su establo. Un gallo rojo soporta el aguacero bajo el gran encino. Nuestra conversación gira hacia los inviernos de nuestra infancia. Años 80. Anochecer temprano, ciruelos derribados y caballos entumidos que pernoctaban junto a nuestra ventana. Mamá encendía una vela para leernos viejos libros de preparatoria que habían quedado guardados en un baúl desde generaciones pasadas. Esas historias eran nuestro deleite. Allí abundaban niños que aprendían ciencias consultando libros, que viajaban en tren observando el río Tinguiririca, el volcán Longaví, el Salto del Laja, mientras preguntaban mil cosas y los adultos respondían con preparación y paciencia. Se respiraba respeto entre niños y adultos, amor por la sabiduría, convencimiento de que el estudio nos llevaría a ser mejores personas y que Chile mismo seguiría creciendo de la mano de nuestro esfuerzo. Tanto nos gustaban esos libros que olvidábamos la lluvia y el viento. Solo la extinción de la vela nos obligaba a cerrar los ojos, aunque en la oscuridad seguíamos pensando en esas mismas historias.
La mesa en penumbras
Hablamos de los estragos del clima. La luz cortada. La mesa en penumbras. Un vino a medias. Las ovejas observan la tempestad desde la entrada de su establo. Un gallo rojo soporta el aguacero bajo el gran encino. Nuestra conversación gira hacia los inviernos de nuestra infancia. Años 80. Anochecer temprano, ciruelos derribados y caballos entumidos que pernoctaban junto a nuestra ventana. Mamá encendía una vela para leernos viejos libros de preparatoria que habían quedado guardados en un baúl desde generaciones pasadas. Esas historias eran nuestro deleite. Allí abundaban niños que aprendían ciencias consultando libros, que viajaban en tren observando el río Tinguiririca, el volcán Longaví, el Salto del Laja, mientras preguntaban mil cosas y los adultos respondían con preparación y paciencia. Se respiraba respeto entre niños y adultos, amor por la sabiduría, convencimiento de que el estudio nos llevaría a ser mejores personas y que Chile mismo seguiría creciendo de la mano de nuestro esfuerzo. Tanto nos gustaban esos libros que olvidábamos la lluvia y el viento. Solo la extinción de la vela nos obligaba a cerrar los ojos, aunque en la oscuridad seguíamos pensando en esas mismas historias.
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Darkness visible. Una oscuridad visible: la luz iluminando una universal oscuridad.
ResponderEliminarLa conciencia, la imaginación, la filosofía: estética, ética y política. Saludos, Padrone.
Qué alegría encontrar tus palabras, querido amigo. Un abrazo enorme.
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