Noviembre trajo nubes grandilocuentes. San Fabián de Alico huele a flor de acacio. La tarde está tibia y nubosa. Hay probabilidad de tormenta. Romina ha horneado galletones de avena. Me ofrece un mate con yerba Playadito. Han asomado las primeras hojas en el esqueleto del cedrón. Se ha deprimido la ruda. Tanta lluvia ha dejado los huertos reblandecidos. El pozo rebosante. Intento despejar la maleza, tallos de rosas podados en junio, zarzamora recuperando su poderío, pero los guantes no me protegen de las espinas y debo abortar misión. Tendré que pasar por la ferretería de Abner. Tijeras, rastrillos y guantes de cabritilla. La casona está silenciosa. Alguien desconectó la emisora de las rancheras. Desde la ventana veo al gran gallo rojo rascarse las plumas sobre un tronco podrido de encino. Más arriba las primeras cerezas paloma tinturándose de rosados. Enciendo el hervidor. Café caliente para espabilar. Hay poca luz adentro y afuera. Agnus Dei en los audífonos. Un libro al azar de Paul Auster, Un hombre en la oscuridad . La penumbra se sustenta en las horas, se obceca con los objetos, establece relaciones, y el sol que tanto persigo se me esfuma hasta en los recuerdos.
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