El sol decembrino se desplomó sobre el valle como una bomba de fuego. Las acelgas sucumbieron cual medusas envenenadas. Dos corderos cimarrones huyeron por un callejón en busca de pasto verde. Fui tras sus pasos saltando alambradas de púas y arañándome los tobillos con la zarzamora seca. Incontables saltamontes brincaban en todas direcciones y las lagartijas cruzaban muy apuradas hacia inescrutables destinos entre el follaje. El callejón de la huida estaba fuertemente aromatizado por las flores de unos castañales cercanos. En el camino recolecté albaricoques y guindas comunes, intensamente rojas y muy agrias para espabilar la mente hacia reflexiones lúcidas. Al encontrar los corderos los reprendí severamente, y hasta los traté de huevones desconsiderados, pero a ellos no pareció importarles y regresaron muy orondos sin siquiera apurarse como si yo fuese el mujik de la santa paciencia.
Al volver bebí un refrescante mote con huesillo y me senté bajo el parrón a leer fragmentos de los Cuentos de Odessa, de Isaak Bábel. Avanzaba entusiasmado, como palpando las espigas de un trigal maduro levemente mecido por la brisa. Cuánta precisión narrativa, cuánta claridad. Bábel parece estar más allá de todo estilo, de toda teoría literaria, él es la forma perfecta. Han sido días de buenas lecturas. Ayer, poco antes que oscureciera, leímos con Tatiana el cuento “El árbol” de María Luisa Bombal, que me dejó estremecido por la potencia de algunas imágenes. Luego seguimos leyendo la Correspondencia entre Stefan Zweig y Hermann Hesse, muy valiosas para escudriñar la intimidad del lobo estepario alemán. Data de comienzos del siglo XX. Ambos eran muy jóvenes y tenían apenas un par de libros cada uno, aunque ya habían sido publicados por Fischer y gozaban de un enorme prestigio. Sin embargo, Hesse se moría del hambre, no lograba vender libros ni sabía cómo ganarse la vida. Carecía de talento e interés en socializar. Detestaba los convencionalismos, aunque estaba enamorado y quería casarse, pero no sabía de qué vivirían junto a su futura esposa. Mientras tanto, recolectaba piñas de pino para calentarse durante el duro invierno que se avecinaba.
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