Amanecer de marzo. Los amarillos de Van Gogh empiezan a tinturar el valle, tal como los azules limpios que abruman los cerros. Recorro el huerto, el potrero, los sitios baldíos, hay manzanas caídas, duraznos visitados por abejas madrugadoras, perros somnolientos de tanto ladrarle a la noche, bosquecillos de menta clamando un mejor riego, cada aroma me retrotrae a diversas ventanas de mi infancia, de mi primera juventud. Allí está el primer aprendizaje, mis vivos y mis muertos, la soledad que me acompañó a todos lados como una sombra obcecada.
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