Ya suman cuatro días de incesante lluvia. La señal de internet se me debilita hasta desaparecer dejándome a medio cargar una película de Kim Ki Duc. Ordeno una enorme bodega con leña seca y descubro en un rincón a una perrita y dos cachorros. Nos quedamos mirando sin saber qué actitud tomar. Finalmente voy por agua y comida. Tras una reconfortante ducha atizo el fuego de la cocina, pongo las teteras a hervir y retorno a las lecturas. Baja la temperatura. Se siente en la nariz, en las orejas y en los pies que se empiezan a congelar, y aunque la lluvia forme un difuso cuadro impresionista de las montañas, sabes que no mucho más allá está nevando. Las ovejas se acuestan más temprano y los perros chapotean de puro contentos en los charcos. Leo desordenadamente libros y diarios viejos. Recién me informo que Tolstoi fue excomulgado en 1901 por el Santo Sínodo de la Iglesia Ortodoja, que se le acusó de seis crímenes contra la religión, y que el principal instigador de la excomunión fue un tal Pobedonozef. También me entero que el sacerdote colombiano Camilo Torres optó por la vía armada para combatir las injusticias y fue acribillado el 15 de febrero de 1966. Sus últimas palabras fueron: "Me hirieron, pero puedo seguir...". Dejo la lectura y lleno el mate con hojas de naranjo. Desde el ventanal que da a los encinos reparo en que los aromos ya están floreciendo. Las orillas del camino se tornan amarillas, igual que los lomajes que anteceden a los cerros. Apenas se acabe este aguacero empezarán a brotar los primeros digüeñes. Ya preparamos mentalmente las mochilas para lanzarnos a la recolección de este manjar. Las traeremos llenas con este hongo que crece únicamente en los robles del sur chileno. La receta ancestral recomienda prepararlos como encebollados fritos o como ensaladas con limón y cilantro.
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