Zapato chino


Tras una refrescante malta con harina tostada vuelvo a mi labor de leñador. En una semana he acumulado un cerro de leña perfectamente cortada para las chimeneas, salamandras y cocinas a leña.

El invierno empieza a agonizar y no ha nevado lo suficiente. Las nubes se amanceban con los raulíes de las lomas pero le escamotean su lluvia. Mis arvejas y habas vuelven a crecer, debo replantar los espacios vacíos que dejó la incursión de las ovejas. Preparo  almácigos de verduras, ajíes, morrones, chascudos y cilantros. Sin embargo, extraño el otoño, soy un hombre de otoño, de castañas maduras, avispas somnolientas y hojas barridas por el viento.  En invierno las personas se guarecen en sus casas, sólo de sabe de sus chimeneas humeantes y de algunos muchachos que van al colegio con sus orejas enrojecidas de frío.

Me siento unos minutos para teclear estas palabras. Encuentro a Claudio y Lorena en el chat. Lorena atiende su librería y lee y escribe entre cliente y cliente. Claudio me cuenta que escribe un artículo sobre Cristián Sánchez, ese cineasta chileno que hizo todo a su manera, y que por lo mismo, hoy se puede ufanar de su Zapato chino, que es quizás la mejor película chilena de todos los tiempos, más chilena que los porotos con riendas y las longanizas de Chillán, más chilena que las rarezas de Jodorowsky y que los corruptos hijos de puta que calientan el culo en el congreso a cambio de cuarenta mil dólares mensuales. Hablamos de Quintana, ese roteque adorable que Sánchez convirtió en su actor predilecto. Nuestro propio Al Pacino, que sólo podía expresarse en nuestra incomprensible jerigonza patria (porque carecía de estudios, y de verdad no los necesitaba) que manejaba un taxi prestado al que sólo se subían pasajeros problemáticos, que se llevaba a la amante a vivir con su señora y sus hijos y les pedía que más encima la trataran bien, y que hablaba de hacer gauchaítas y hasta tenía sueños de emprendimiento que se concretaban en talleres de bicicleta donde no entraba nadie.

Vuelvo a mi labor montañesa antes que me pille la hora del almuerzo.

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