Hablábamos sobre cine bajo una noche calurosa. Pedí a Tatiana una copa de vino para cortejar al sueño. Mis noches de insomnio suman y siguen.
Mientras ella repasaba su actividad virtual yo le leía fragmentos de distintas obras que me iban pareciendo atractivos. De esta forma leí el bello comienzo de Historia de dos ciudades, de Charles Dickens. Luego, la fría aunque seductora introducción de Plataforma, de Michel Houellebecq. Proseguí con un poema enrostrador de Raymond Carver, sobre un padre que se siente dichoso por haber inventado un buen poema sobre la muerte accidental del perro de su hija.
En cada pausa, hablábamos de distintos temas. No sé si ella escuchaba mis lecturas. La verdad es que necesitaba hablar, recitar, oír mi propia voz entre tanto silencio.
Culminé con un par de fragmentos de El amante, de Marguerite Duras. Las frases cortas y las imágenes que se iban sucediendo me tenían conmovido. No era muy diferente a la película de Jean Jacques Annaud, y sin embargo, al leerlo era diferente, quizá más intenso. Mencionar el sombrero ridículo de la niña, la textura de la mano del chino o el horizonte que divide el Mekong del cielo me tenían particularmente emocionado.
A Tatiana no le agradó, y fue enfática para considerarla una obra trivial, predecible, que exaltaba el erotismo infantil femenino y la supremacía del macho, siempre anhelante de ese botín.
No tuve réplica. En cierta medida tenía razón, pero es porque la vida casi siempre ha sido así. A mí me había cautivado la forma, las frases cortas, las imágenes, las transcripciones del silencio.
Me gustó mucho esa película. El libro nunca lo vi por ningún lado.
ResponderEliminarSimple y poderosa entrada.
Besitos
Back to the basic.
ResponderEliminarMuy bueno, un abrazo.