Chinos y japoneses mantienen desacuerdos respecto a la interpretación de su historia reciente. Leo notas sobre la masacre de Nanjing, esa locura desatada de muerte, tortura, decapitación, de cerros de víctimas chinas apiladas con desprecio por los militares japoneses.
Tras tomar Shanghai, las tropas japonesas entraron en Nanjing el 13 de diciembre de 1937. Allí se abocaron a un festín de exterminio, acabando en escasas semanas con la vida de 300.000 personas. Es difícil imaginar, para un historiador, que tal ensañamiento carezca de múltiples antecedentes catalizadores. A lo largo de la historia, los japoneses no han demostrado ser más o menos crueles que otros grupos. ¿Qué sucedió exactamente? Los historiadores y gobiernos de ambos lados dan versiones muy distintas.
En el caso de Nanjing predominó la versión china, porque los japoneses a la larga perdieron, y por tanto perdieron la posibilidad de propagar su propia versión de los hechos. Igual ocurrió con los alemanes y el mundo no se enteró de las atrocidades que cometieron los aliados con un pueblo ya vencido.
Algo parecido pasó tras la Guerra del Pacífico entre chilenos y peruanos. A los chilenos, a las generaciones siguientes, no se les contó el lado oscuro de la ocupación del Perú, predominando una versión romántica y exculpatoria de los chilenos. Nada se supo del repaso a bayoneta de los peruanos heridos, de las violaciones, venganzas y saqueos. Ni siquiera se insinuó la versión peruana (no carente de razón) de que en realidad ellos habían peleado contra el capital inglés, algo que en cierta medida se corroboró 1oo años más tarde, en 1982, cuando el gobierno chileno prestó un apoyo decisivo, cobarde y rastrero a la armada inglesa para que destruyera la ocupación argentina de Las Malvinas.
Pero así se va estableciendo la narrativa de las épocas. La historia se usa como propaganda, como humillación, como imposición cultural, para desacreditar la imagen de algunos países y lavar las culpas del país desacreditador. Se omiten o menosprecian verdaderas monstruosidades históricas cuando no convienen a los discursos. Ni qué decir de sucesos históricos recientes tales como los genocidios armenio, kurdo, palestino, selkman, mapuche, sioux, comanche, o los sucesos de Tlatelolco o la masacre de Trelew o la de los oficiales polacos en Katyn. Y eso que ni siquiera estoy tocando el tema de los genocidios culturales, de las aculturaciones forzadas, porque eso me conduciría a un sinfín de tangentes.
Afortunadamente, la narrativa de esta época se les está escapando de las manos a las elites tradicionales. Hoy la narrativa se entreteje en las calles, en las redes sociales, en las academias revisionistas. La historia crítica juega un papel crucial, y debe hacerse cargo con firmeza para encauzar la memoria y así nuestros descendientes no vuelvan a ser educados en la mentira, el prejuicio o la omisión.
Tras tomar Shanghai, las tropas japonesas entraron en Nanjing el 13 de diciembre de 1937. Allí se abocaron a un festín de exterminio, acabando en escasas semanas con la vida de 300.000 personas. Es difícil imaginar, para un historiador, que tal ensañamiento carezca de múltiples antecedentes catalizadores. A lo largo de la historia, los japoneses no han demostrado ser más o menos crueles que otros grupos. ¿Qué sucedió exactamente? Los historiadores y gobiernos de ambos lados dan versiones muy distintas.
En el caso de Nanjing predominó la versión china, porque los japoneses a la larga perdieron, y por tanto perdieron la posibilidad de propagar su propia versión de los hechos. Igual ocurrió con los alemanes y el mundo no se enteró de las atrocidades que cometieron los aliados con un pueblo ya vencido.
Algo parecido pasó tras la Guerra del Pacífico entre chilenos y peruanos. A los chilenos, a las generaciones siguientes, no se les contó el lado oscuro de la ocupación del Perú, predominando una versión romántica y exculpatoria de los chilenos. Nada se supo del repaso a bayoneta de los peruanos heridos, de las violaciones, venganzas y saqueos. Ni siquiera se insinuó la versión peruana (no carente de razón) de que en realidad ellos habían peleado contra el capital inglés, algo que en cierta medida se corroboró 1oo años más tarde, en 1982, cuando el gobierno chileno prestó un apoyo decisivo, cobarde y rastrero a la armada inglesa para que destruyera la ocupación argentina de Las Malvinas.
Pero así se va estableciendo la narrativa de las épocas. La historia se usa como propaganda, como humillación, como imposición cultural, para desacreditar la imagen de algunos países y lavar las culpas del país desacreditador. Se omiten o menosprecian verdaderas monstruosidades históricas cuando no convienen a los discursos. Ni qué decir de sucesos históricos recientes tales como los genocidios armenio, kurdo, palestino, selkman, mapuche, sioux, comanche, o los sucesos de Tlatelolco o la masacre de Trelew o la de los oficiales polacos en Katyn. Y eso que ni siquiera estoy tocando el tema de los genocidios culturales, de las aculturaciones forzadas, porque eso me conduciría a un sinfín de tangentes.
Afortunadamente, la narrativa de esta época se les está escapando de las manos a las elites tradicionales. Hoy la narrativa se entreteje en las calles, en las redes sociales, en las academias revisionistas. La historia crítica juega un papel crucial, y debe hacerse cargo con firmeza para encauzar la memoria y así nuestros descendientes no vuelvan a ser educados en la mentira, el prejuicio o la omisión.
No hay comentarios :
Publicar un comentario