Solitarios goterones se estrellan contra el cemento esfumándose al segundo bajo un sol antojadizo. Las revolucionarias nubes grises se dan de cañonazos y el viento norte se divierte espabilando a los pinos. Un aguilucho revolotea sobre los techos de las casas. El alimento parece escasear en sus dominios habituales. No tiene la experticia de las golondrinas y su vuelo casi suicida apenas le permite eludir los cables eléctricos. Se detiene en un poste a observar. La comedia humana parece no entusiasmarlo. Tampoco las alimañas. Parece un vagabundo triste, sin familia. Tiene las plumas mal acicaladas. Al no avizorar un botín que valga la pena se marcha exasperado hacia otro barrio.
Esos mismos aguiluchos revolotean a diario sobre mi persona cuando, en estos días de verano acudo a bañarme al embalse de mi pueblo. Suelo ir cuando no hay nadie y las águilas amenazantes hacen círculos en el aire. A veces se aproximan peligrosamente pero huyen al ver que, todavía, no soy carroña.
ResponderEliminarUn beso.
Las águilas que sobrevuelas nuestros techos.. eso bien podría ser una alegoría perfecta para los pensamientos que nos comen la cabeza. Hay que cuidarse de ellos, espantarlos lejos para que no nos dañen.
ResponderEliminarSaludos