La tarde se desvanece entre humaredas de hojas. Trabajamos la tierra hasta el anochecer. Un fulgor naranja se obceca en el poniente pronosticando días sin lluvia. Pasan bandadas de loros escandalosos. Tomamos once en silencio. Té rojo y tostadas con mermelada de frambuesa.
Nos anticipamos mentalmente a una noche creativa. Cada uno en lo suyo. Corregimos, leemos, visitamos universos literarios distintos, y a veces nos encontramos momentáneamente en las intersecciones reflexivas que deparan ciertas ficciones. Nos pasamos el mate mecánicamente. No llegan mariposas nocturnas a golpear nuestra ventana como en los viejos tiempos. Parecen haberse extinguido, tal como los tordos azules o ciertos sueños proudhonianos. Llueve rocío sobre los botones invernales de las rosas.
Pregunto a Lorena por qué llora. Me dice que llora porque Karenin sufre, porque envejece, porque muere. Su dolor está catapultado desde la mente de Kundera.
La tristeza literaria se cruza con la real y el sentimiento aflora a medida que uno se desliza en las letras. Es hermoso compartir mates, sueños, lecturas y silencios.
ResponderEliminarCompartir silencios es sin duda una de las cosas más loables del ser humano...no todos tienen la fortuna de tenerlo...
ResponderEliminarCompartir silencios es sin duda una de las cosas más loables del ser humano...no todos tienen la fortuna de tenerlo...
ResponderEliminarEl silencio es el mejor amigo cuando la histeria nos embarga. Presumo de largas horas en ese estado contemplando en lo que nos hemos convertido.
ResponderEliminarSaludos y un abrazo estrecho mi buen amigo Jorge.