Watanabe o el azar


Tatón se ha apoderado del sillón más grande debido a que le teme a los coliguachos, hostilizantes bichos que controlan el espacio aéreo cordillerano durante la primera quincena de enero. Tatón no sabe cómo lidiar con ellos y su estrés solo lo supera apoderándose del gran sillón y negándose de plano a salir al patio. De esta forma quedo desprovisto de mi lugar preferido para escribir. Ante cualquier intento de disuasión, Tatón me gruñe con elocuencia.

Debo recurrir a un lugar secundario a batallar con la lentitud de internet y de mi anacrónico computador con ínfulas de ábaco. Pasan largos minutos esperando que aparezca la imagen de lo que busco. Mientras tanto, Youtube, que abre más rápido, me conduce aleatoriamente a un video de la periodista argentina Vlady Kociancich donde se refiere a la imposibilidad del orden de su biblioteca y probablemente de cualquier biblioteca. Una voz en off le pregunta sobre sus últimas lecturas. No recuerdo las primeras que menciona, pero sí la última, por el énfasis sentimental que le imprime al mencionar a José Watanabe, y acto seguido, recitar con profunda solemnidad el fragmento de un poema para ella cautivante.

Eso me lleva rápidamente a buscar poemas de Watanabe a quien no he leído previamente.

El primer poema que encuentro me conmueve y ya lo hago mío. Porque en toda lectura hay una apropiación estética, una rugosidad inesperada en el horizonte que de alguna forma reorienta nuestra mirada, como un cometa que por algún azar del espacio cambia levemente su órbita para nunca volver a la ruta previamente trazada.


En el desierto de los olmos


El viejo talador de espinos para carbón de palo
cuelga en el dintel de su cabaña
una obstinada lámpara de querosene,
y sobre la arena
se extiende un semicírculo de luz hospitalaria.


Este es nuestro pequeño espacio de confianza.


Más allá de la sutil frontera, en la oscuridad,
nos atisba la repugnante fauna que el viejo crea,
los imposibles injertos de los seres del aire y la tierra
y que hoy son para su propio y vivo miedo:
La imaginación trabaja sola, aun en contra.


La iguana sí es verdadera, aunque mítica. El viejo la decapita
y la desangra sobre un cacharro indigno,
y el perro lame la cuajarada roja como si fuera su vicio.


Rápida es olorosa
la blanca carne de la iguana en la baqueta de asar.
el viejo la destaza y comemos
y el perro espera paciente los delicados huesos.


Impensadamente
arrojo los huesos fuera de la luz
y tras ellos el animal entra en el país nocturno y enemigo.


Desde la oscuridad aúlla estremecido
y seguramente queriendo alcanzar
entre la inestable arena
con ansia
nuestro pequeño espacio de confianza.
Oigo entonces el reproche del viejo: deja los huesos cerca,
el perro
también es paisano.

(José Watanabe)


Imagen 1: José Watanabe
Imagen 2: Tatón

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