Llovizna de mediodía, gélido viento sur, antesala de probable nieve en las cumbres. La mirada se protege, la espalda se curva, caminamos indecisos, embufandados, como actores de reparto de acuarela japonesa. El valle se decolora en amarillos gastados, desnudez de tilos, vitrales de hojas sobre un suelo reblandecido.
Se fue Philip Roth que siempre parecía tan joven. Había colgado los guantes convencido que ya no era el mismo: "La escritura es frustración, una frustración cotidiana, ni hablar de humillación.”
Llegan perdigones a la continuidad de los días, fallas estructurales de carácter que entorpecen el rumbo, no resolver, dilatar, dejar que la estaciones frías se adosen a la espalda como un chamanto de escarcha. Y las letras, pues las letras parecen actuar en consecuencia.
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