Lloran las parras en septiembre. Los días están soleados. El cielo azul cobalto. Pasan golondrinas desbalanceadas, enormes nubes de Miyazaki, espectáculos movedizos de niños soñadores. Florecen los manzanos, el toronjil cuyano expande su verde claro por el jardín y los gatos campechanos dormitan sobre cajones de abejas abandonados. La felicidad primaveral se mide con cuentagotas, pero es permanente, y genuina. La jornada se alarga entre preparativos del huerto, sorbos presurosos al mate amargo, llamadas de celular y nuevos azadones sobre la tierra baldía. El crepúsculo es una fiesta anaranjada, gallinas en su primer sueño y poleos humedecidos por el rocío cordillerano.
Y para las horas nocturnas, Leonard Cohen, una copa de malbec, queso añejo y Michel Onfray, Tratado de resistencia e insumisión. Nada gira hacia la complacencia, no hay siquiera una tregua onírica, porque el mundo es una bomba de relojería.
Tu estilo bucólico-filosófico alcanza el lirismo por síntesis
ResponderEliminary compresión. Favoreciendo lo epigramático en un
naturalismo virgiliano (elegíaco, meditativo, bastante
catastrofista en la visión futura del Homo sapiens:
"Nada gira hacia la complacencia, no hay siquiera una tregua onírica,
porque el mundo es una bomba de relojería."
Realismo bucólico-lírico-filosófico: echo de menos la burla,
pero ese es mi problema, no el tuyo, Padrone. Göngora et labora...