Los días siguen pasando como cuervos desorientados sobre el desierto de Atacama. No hay nidos propios ni ajenos esperando. No hay mazorcas ni oasis donde beber agua fresca, donde avizorar pasado y futuro. A veces vuelvo sobre mis pasos narrativos. Decir literarios me suena pretencioso, pues también puteo y maldigo y mando todo a la mierda, y eso es más habitual que la palabrería rebuscada. Mucho de lo escrito me resulta empalagoso. Algunos aciertos me salvan de la guillotina. Otros me hunden en el fango de los cerdos funcionarios. Lo relevante no se ha dicho y eso es cosa muy dura. No fui poeta por respeto a los verdaderos maestros, cortejé el fracaso como una moda trasnochada, pero me resultó muy cierta, degolladora, una pegatina que no se quita ni con cien duchas de ácido. Y aquí estoy, rumiando la posibilidad de mi propia existencia, con un espejo con Alzheimer que no me reconoce, que muestra un obrero, un mujik, una rata quisquillosa. Mi mirada se escabulle hacia los nudos de la madera inventando formas mutantes, evitando racionalizar tanta culpa, tanto tiempo perdido. Un calor seco enrarece la noche. El verano se desplomó sin paracaídas sobre el valle.
Imagen: Heinrich Kley
otro escrito impactante desde el fondo de la tierra
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