Bukowski es a los hombres lo que
Pizarnik a ciertas mujeres. De alguna forma te sientes comprendido, acompañado en grandezas y
bajezas, sin feministas cerca enterrándote la horqueta en los testículos por
manifestar el impulso genético, condenándote a la hoguera pública por las culpas precedentes de tu género, desligado de convenciones tan políticamente correctas que acaban por convertirse en nuevos integrismos fascistas. Te dan ganas de beber vino, o cerveza negra,
escuchar a Mahler, y leer más historias de Bukowski, o John Fante, o Henry Miller, o los airados ingleses. Es un círculo vicioso que
complace, que arregla el cuerpo, que te da energías para enfrentar otra semana
de mierda. No sé si te hace mejor persona, pero al menos no te sientes tan culpable por otear entrepiernas descuidadas,
por olfatear damiselas en celo, por apostar para perder, por citar haikus de baño público, por sentirte un poderoso macho cabrío tambaléndose en el
risco, indeciso entre dejarse caer de puro gusto o seguir bebiendo más vino.
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