Chile huele a banana podrida. Sus instituciones, su parlamento. Qué decir de la oposición. Es la que peor huele. Nadie quiere perder la oportunidad de embolsarse unos millones extras, de carnavalear electoralmente con fondos públicos. Las triangulaciones, los contubernios, las colusiones de precios, los delitos económicos de alta complejidad, son parte de la receta chilena. Para algo teníamos que ser buenos. Robar y robar y seguir vistiéndonos hacia el exterior de país serio, trabajador, honorable. Si tan solo vieran a nuestros abuelitos muriéndose de hambre con sus pensiones ridículas, con las farmacias y supermercados mordiéndoles las verijas, o más bien la dignidad. Si vieran todo lo que alcanza con nuestros salarios mínimos. Con lo que gana la mayoría. Se reirían de sonrisa triste, y de asombro, porque aquí todo es tan caro, la América más cara en el confín del mundo, justo donde todo se resquebraja, o se inunda, o desaparece.
Mientras tanto, el timón político sigue su ruta indeleble hacia la extrema derecha. Aunque un socialismo inepto, o quizás debilucho, sonría desde palacio.
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