Llueve a baldadas, mañosamente, con nubes disidentes que se marchan de pronto dejando un cielo estrellado. Bebemos vino en vasos de greda y nos adentramos en las novelas rusas de Nabokov. Nos guía el mismo autor a través de sus prólogos escritos en Montreux. De Mashenka pasamos a La Dádiva, y de ahí al Hechicero, esa desquiciada reflexión exculpatoria, antesala prehistórica de Lolita. Entremedio, saltos gustosos hasta Habla, memoria, Ada o el ardor, y Mira los arlequines. El universo nabokoviano parece autosuficiente, un sistema literario donde nada falta ni sobra, y donde se puede dar saltos hacia cualquier lado, como si fuésemos liebres felices atiborradas de zanahorias frescas.
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