Miguel Angel Asturias se refiere a los pasos de Rubén Darío en Ciudad de Guatemala. El
presidente Estrada Cabrera, su viejo enemigo, lo había llevado desde Nueva York,
donde agonizaba, y le había cancelado sus cuentas, a instancias de Santos
Chocano, ese poeta errante, panegirista de dictadores variopintos, que
transformó la lamedura de suelas en un arte poético. Santos Chocano, como consejero comercial y político, organizaba
las Fiestas de Minerva de tal manera que el bienamado presidente apareciese
ante las multitudes mucho más inteligente de lo que en realidad era. Pero
volvamos a Rubén Darío. Su salud ya estaba quebrantada y se desvanecía en un
céntrico hotel, rodeado de poetas menores, soñando con la reina Margot o la
duquesa Eulalia. Cada día, Santos Chocano intentaba sacarle unos sonetos de
elogio a Estrada Cabrera, pero el nicaragüense rehuía la ingrata
responsabilidad emborrachándose con champaña.
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