Duchas frías para un sexoadicto

Divagas demasiado, muchacho. Las dudas te pasarán la cuenta. Te arrinconarán como dogos a un gato. Debes procurar no chocar con los postes del alumbrado. Apurar el tranco antes que cierren la oficina de eventos irreprochables. Suelta la gravilla de tu mano, déjala que se la lleve el viento. Vendrán otros segadores, cortarán nuevas gravillas. Alarga las zancadas, cruza en los pasos de cebra, no te detengas a comer berlines, divisa las ambulancias antes que te arrollen. Las mujeres seguirán pasando en distintas direcciones, algunas llevarán bikinis rojos, otras un libro de Murakami. Pon atención. No todas pueden ser tuyas. Sólo las que sonríen de gusto ante las estrellas errantes. Tu sexoadicción debe ser apaciguada con duchas frías, lanzando piedras al precipicio del coyote, trozando leños de acacio, empujando camiones atorados en el lodo. Sé que te has superado, muchacho, y ya no eres un diente de león sin voluntad ante la ventisca. Me han dicho que hasta usas yelmo y que combates hidalgamente, que no discriminas entre amigos y enemigos, porque el cronómetro es insensato y la luz se ha esfumado por falta de garantías. De cualquier forma no se ha de perder mucho. Rugirás cuando te toque a ti. No la darás fácil, y en tu cielo sólo te esperará Montaigne.

Imagen: Otto Müeller

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