Me gusta que el follaje se apodere de las cercas, de los muros, que hostigue a los tulipanes.
De la misma forma, hasta hace poco acumulaba juguetes viejos, piedras vulgares, revistas antiguas, y me negaba a guardarlos en cajas o a regalarlos. Es decir, los habría regalado con gusto si hubiese tenido la certeza que los cuidarían tanto como yo.
Hoy me fascino con los autos viejos, con los buses y camiones abandonados, carcomidos por el óxido, sin focos ni ruedas, sosteniendo en última instancia a las enredaderas silvestres y sirviendo de hogar a las lagartijas y a uno que otro borracho.
Imagen: Mark Goings
A mí me dan miedo las lagartijas. Pero conservo muchas cosas. Besitos.
ResponderEliminarDe los juegos de mi infancia no queda nada. Las mudanzas y un inexplicable tendencia a deshacerme de lo que ya no uso, me alejaron de aquellos bienes. De niña jugaba preferentemente a la maestra, así que mis elementos eran básicamente mis propios útiles escolares: lápices, fibras, biromes, borradores, cuadernos, libros. Mi instrucción era impartida a una limitada población estudiantil de no más de seis osos de distintos tamaños y dos muñecas que me regalaron mis tías. Aunque los útiles se deterioraron por el uso, conservé mucho tiempo mis cuadernos y libros; mientras que a los osos y muñecas los doné a la caridad. A veces extraño a mi auditorio, lamento no haberlos hecho vivir más aventuras. Luego de ver Toy Story 3 sentí el peso de la nostalgia y lamenté no haber conservado más que mis recuerdos.
ResponderEliminarDe la mía tampoco queda ni una viga en el techo. Los sueños que empezaban en la imperfección de las paredes sólo permanenecen en la memoria, dribleando entre tanto olvido para lograr al menos un lugar preeminente. Más allá no hay registros de nada.
ResponderEliminarSaludos cordiales
Comparto su percepción de lo bello ;)
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