Temprano nos azotó una tormenta veraniega. Rebotaron los ecos de los truenos entre las montañas y una fina llovizna humedeció los huertos. Los perros se refugiaron bajo las pataguas y las ovejas permanecieron impasibles a la tempestad, preocupadas más bien de seguir cortando cada centímetro de hierba fresca.
Abuelo Enrique me trajo un viejo libro de Juan Ramón Jiménez, titulado Españoles de tres mundos (Caricaturas líricas) (1914-1940), publicado en Buenos Aires en 1941. Algo así como el divertimento ocioso de un perfeccionista lírico. Los tres mundos aludidos en el título son España, América y la Muerte.
El libro consta de 61 semblanzas escritas con arbitrario e irregular estilo. Entre los convidados están José Martí, Rafael Alberti, Antonio Machado y Miguel de Unamuno. Particular atención puse en la desdeñosa apreciación de Neruda, a quien califica de "gran mal poeta de la desorganización, un torpe explorador de si mismo y de los otros, un pobre explotador de sus filones propios y ajenos, no entiende ni lo que sabe leer y lo interpreta con olvido de lo existente, no tiene acento propio ni crítica llena... Posee un depósito de cuanto ha ido encontrando por su mundo, algo así como un vertedero, estercolero a ratos, donde hubiera ido a parar entre el sobrante, el desperdicio, el detrito, tal piedra, cuál flor. Encuentra la rosa, el diamante, el oro, pero no la palabra representativa y transmutadora; no suple el sujeto y el objeto con su palabra; traslada sujeto y objeto, no substancia ni esencia. Sujeto y objeto están allí y no están, porque no están entendidos. Es acaso un rebuscador que encontrase aquí y allá, por su camino, un pedazo de carbón, un vidrio, una suela de zapato, un ojo perdido, una colilla, y los fuera uniendo y pegando sin ton ni son sobre el tablero de su taller (dejándose olvidado también entre ello el útil ajeno, un lápiz, una tijera de sastre, una goma, un pedazo de periodico, un jaboncillo, que allí no sirven de nada; todo eso que Picasso sabe transmutar) Queda un mosaico suelto, rico a veces de aspecto, pero sin acabamiento profundo. Pablo Neruda no es en realidad sino un abundante y descuidado escritor realista de desorbitado romanticismo"
A Rubén Darío, sin embargo, lo alaba, lo lamenta, lo implora: "...la silueta posible de su muerte me dolía, el querer escribirla, como cuando, yendo yo de España a New York, 1916, febrero crudisimo, me dolió el radio con la noticia lamentable, frente a Terranova, ciego de ciclón blanco en la tarde; en un vano de la ruta que él, un poco vivo aún en sí, había ocupado antes. (Todavía pude tocar en New York ¡con qué emoción! su mano penúltima, aquí y allá, en una mesa de la Hispanic Society, sobre todo, donde él dejó su fotografía final con firma aún segura y redonda)
Una parvada de polluelos escarba los ajíes del huerto. Interrumpo la lectura para pedirles diplomáticamente que se vayan a joder a otro lado. A lo lejos aún se escuchan rumores de truenos, como cañonazos estertóreos de un ejército napoleónico en retirada.
Fotografía: Juan Ramón Jimñenez
No hay comentarios :
Publicar un comentario