No sé quien se lo sugirió, o si fue uno más de sus típicos impulsos caídos del catre (*).
Recuerdo que casi me atoré con mi café el día que encendí el televisor y vi a nuestro magnate-presidente haciendo guardia junto al féretro de Chávez.
Recuerdo que casi me atoré con mi café el día que encendí el televisor y vi a nuestro magnate-presidente haciendo guardia junto al féretro de Chávez.
Si he de pensar mal, esa situación demostró que Piñera no le hace asco a ninguna posibilidad, si de ello dependen sus futuros negocios, porque ya se le acaba la presidencia, y ni siquiera necesitaba congraciarse con una izquierda chilena dura que nunca votará por él ni por su coalición. Y salvo esa izquierda dura, el resto de los chilenos sigue al pie de la letra los designios de la prensa conservadora y odia a Chávez, al chavismo, a Maduro y a toda esa estela de atorrantes y agrandados rojos.
Así que sólo podía interpretarse como una más de sus piñerías, esas que le han mantenido el colon irritado a sus encargados de protocolo.
Tras ese indescifrable episodio, Piñera ha tenido que dar abundantes explicaciones en Chile, y la derecha más dura, la pinochetista, la que con no poca reticencia lo ha apoyado desde el inicio de su gobierno, aún lo quiere colgar de sus cositas más íntimas.
(*) En Chile es hacer huevadas, ser cándido, despistado, imprevisible.
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