Me adentro en un bosque. La hierba está alta. Los difusos senderos se pierden a pocos metros. Me siento sobre una piedra adornada de musgo, cierro los ojos y escucho el murmullo de los abetos. Los vientos arremeten contradictoriamente, desde el este o el sudeste. Hace días que no leo de manera sistemática, sólo versos breves, minúsculas estrofas de Robert Frost o titulares de la prensa fascista. No ha sido intencional. Puede ser una opción inconsciente que toma mi ser para reestibar su espíritu, para reacomodar emociones, para sacudirse de viejas prácticas. Me concentro en el murmullo y por un momento olvido que existo.
Vivos y muertos se reúnen allá arriba, dialogan, intercambian impresiones, nada es tan fabuloso de un lado ni del otro. La reunión es breve. El abeto, como buen anfitrión, ejecuta un butoh de despedida, aunque las caricias torpes del viento le hacen crujir sus ramajes. Las aves curiosas sortean las oscilaciones con destreza y acompañan con sus trinos de borrachas empedernidas.
Vuelvo. Oscurece. Nada es mejor ni peor, pero siento que es hora de retomar. Así debe ser.
Me gusta.
ResponderEliminarY la luna es la misma para ambos.
El día me cansa, la rutina me consume. Huyo hacia unos brazos y me oculto en el aroma de aquel cuerpo. Me voy en un suspiro. Mi mente quiere recordar el dolor y se obstina en crear más caos. No quiero. Me voy al campo, yo tengo un bosque parecido al tuyo pero con un río que lo parte al medio. No quiero que haya nadie, no hay. El silencio no existe tampoco ahí, los gorriones me conversan y el viento me grita groserías. Esa distracción me es grata, por fin me alegro y olvido. Sueño, vibro, cantureo. Siempre toca regresar. Nada mejoró ni empeoró con mi escapada imaginaria, tal como vos señalás, pero al menos estuve un poco lejos y me siento mejor.
ResponderEliminarHermoso texto, me hizo recordar este sentir.
Abrazos