Me tomé un descanso para hacer saudade frente a un pata de buey. Junto a él, un pequeño cítrico con sus hojas aceitadas de llovizna. No sé si es un limonero o un naranjo. Nunca tuve destreza para establecer esas diferencias.
Bebía un mate dulce. Algún vecino preparaba tortas fritas. La llovizna caía desordenadamente y me mojaba de pies a cabeza. Intentaba leer un libro de José Donoso, pero tuve que cerrarlo pues la tinta corría peligro. En el cielo, un carnaval de rayos. Escasos truenos. Casi nadie en las calles. Los vecinos adolescentes que hacen estallar la cumbia de San Blas seguían aletargados de su larguísima siesta.
La lluvia del norte argentino no hace daño, no resfría, porque la temperatura no baja de los 30 grados, y es como si un dios bombero se apiadara de los acalorados rumiantes de allá abajo y los refrescara con gotitas insípidas.
Pensaba en la prensa rusa, cuya primicia del día es una mera elucubración. Es decir, los rumores que sostienen que Obama atacaría Irán para reforzar su campaña. Otros rimbombantes titulares hablaban de sucesos hipotéticos a futuro. Es decir, alarmismo adelantado. Ya lo decía Evelyn Waugh, el periodismo mundial es en esencia sólo basura.
Mientras divagaba tuve la certeza de que estoy muerto, de que morí hace tiempo, aunque no encontré forma de explicar la energía que sostiene a este esqueleto inerte. El problema es que el esqueleto conservó el chip de la memoria, y sabe cosas, y sabe que debe saldar muchas cuentas. Esto lo torna peligroso, porque la muerte no lo intimida. Cómo se puede matar lo que ya está muerto.
Bebía un mate dulce. Algún vecino preparaba tortas fritas. La llovizna caía desordenadamente y me mojaba de pies a cabeza. Intentaba leer un libro de José Donoso, pero tuve que cerrarlo pues la tinta corría peligro. En el cielo, un carnaval de rayos. Escasos truenos. Casi nadie en las calles. Los vecinos adolescentes que hacen estallar la cumbia de San Blas seguían aletargados de su larguísima siesta.
La lluvia del norte argentino no hace daño, no resfría, porque la temperatura no baja de los 30 grados, y es como si un dios bombero se apiadara de los acalorados rumiantes de allá abajo y los refrescara con gotitas insípidas.
Pensaba en la prensa rusa, cuya primicia del día es una mera elucubración. Es decir, los rumores que sostienen que Obama atacaría Irán para reforzar su campaña. Otros rimbombantes titulares hablaban de sucesos hipotéticos a futuro. Es decir, alarmismo adelantado. Ya lo decía Evelyn Waugh, el periodismo mundial es en esencia sólo basura.
Mientras divagaba tuve la certeza de que estoy muerto, de que morí hace tiempo, aunque no encontré forma de explicar la energía que sostiene a este esqueleto inerte. El problema es que el esqueleto conservó el chip de la memoria, y sabe cosas, y sabe que debe saldar muchas cuentas. Esto lo torna peligroso, porque la muerte no lo intimida. Cómo se puede matar lo que ya está muerto.
La saudade tiene sabor a nostalgia pero según los traductores eso no es exacto, sostienen que este vocablo portugués es de dificil definición y con ello patean la pelota fuera de la cancha. La saudade me recuerda a brasil, mi asociación innecesaria evade como los traductores la especificación de esa palabra, así la saudade me pone entre la alegría y la tristeza, en el límite del todo y la nada, más allá de la vida y la muerte. En esa dualidad, contradicción, contrariedad, me gusta la saudade por encima de todas las palabras que quieren atrapar el sentir tan complejo de un ser humano que siente a flor de piel su existir.
ResponderEliminarAhora llueve sutilmente, una suave brisa entra por mi ventana. Ojalá pudiese explicarle tal como ud hizo en esta entrada de blog este instante de mi noche.
Me encantó, un abrazo.
Lo suelo entender sólo como contemplación, como nostalgia y agradecimiento, como éxtasis ante lo inmenso e inconmensurable.
ResponderEliminarAgradezco sus palabras, Lorena.
Un abrazo grande