Las letras se salieron de madre. Desbordaron el establo de la crítica y andan sueltas por los montes pelados o abriéndose paso a empujones en el subte.
Beben, fuman porros, no usan desodorante, son vegetarianas infieles, se acuestan con lo que se mueva y hasta se adhieren momentáneamente a las religiones orientales de moda.
Su vieja institución fue sobrepoblada por funcionarios que conceden premios a diestra y siniestra y no se saben ni limpiar el culo.
Por eso las letras indignadas emprendieron el vuelo. No quedaron vacantes, porque el funcionariato es experto en suplirlas de cualquier forma.
¿Y las jóvenes?
Algunas, las genuinas, emprendieron un camino autónomo. Otras esperarán su propio desengaño. Sin embargo, las mediocres vivirán institucionalizadas toda su vida.
Los procesos son largos y lentos. Diría que hasta anchos, difusos y gaseosos.
¿Y los señoritos post estructuralistas?
Ya cumplieron su función. En lo posterior sólo serán esporádicos saltimbanquis de pedantería inútil.
¿Y los deconstructores?
Pare ser sincero, nunca entendí su utilidad.
¿Y las academias universitarias?
No las pueden cerrar, para no aumentar el desempleo.
Entonces ¿cómo categorizaremos a lo que se escriba de ahora en adelante?
El categorizador puede seguir categorizando, pero debe tener en cuenta que se le fue la mejor gente, la incategorizable.
¿Y los grandes maestros?
Los grandes maestros tienen su propia batalla por la inmortalidad en el limbo. Las noticias varían de minuto a minuto.
Stendhal está herido de un brazo. Tolstoi cojea de una pierna. Dickens se contagió de sífilis. Balzac ya no puede con su gota y a Dostoievsky se lo come la melancolía. Thomas Mann y Marcel Proust fueron abofeteados en público. Víctor Hugo se operó el sexo y ahora se llama Esmeralda. Goethe se enamoró de la sobrina del diablo. Faulkner sigue tan borracho como una cuba. Scott Fitzgerald pide limosna. Shakespeare se alió con Ricardo II y Dante con el Manco de Lepanto. Hasta ahora, las últimas batallas la han ganado los japoneses, que reclutaron a Rabelais y a los narradores estadounidenses. Su comandante es Mishima.
Pero las noticias son espantosas.
El limbo es cosa de locos.
Entonces, ¿qué nos espera? Digo ¿a los que escribimos, a los que amamos las letras?
Sólo unos pocos conseguirán un boleto para el limbo. Al resto nos esperan unos segundos de mientras tanto, y luego la nada. Eso no ha cambiado.
"Víctor Hugo se operó el sexo y ahora se llama Esmeralda." (?!) Me parto! Gran entrada y perfecta puesta en escena. Delicioso interludio. Hasta la derrota siempre, compañeros!
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