Hace unos años tuve que improvisar una clase para alumnos de último año de
secundaria. Acababa de encontrar ese
empleo y en cosa de minutos me llevaron a una sala con 45 tiernos energúmenos a
los que tenía que amansar de cualquier forma. Era uno de los colegios
problemáticos de San Antonio, adonde iban los hijos de los pescadores
artesanales, los desempleados, los alcohólicos y los que no eran hijos de nadie
sino sobrinos de las instituciones protectoras del Estado.
Una vez que la directora cerró la puerta para volver a su oficina, quedé
solo junto a una tiza, un pizarrón y 45 bestiecillas que me husmeaban con ánimos
caníbales. Afuera, el calor de marzo achicharraba los escasos árboles del patio
colegial.
Tras presentarme y quedar unos segundos en silencio, se me ocurrió convocarlos
a un diálogo que tuviese como tema central los aspectos más relevantes,
positivos y negativos, de nuestra época. Es decir, elaborar un panorama mundial
desde la mirada de ellos, con la menor intervención posible de mi parte.
Las manos se empezaron a alzar de inmediato. Un joven rubio y presumido
expresó apresuradamente varios males, que incluían la incapacidad de los
políticos para generar una educación que sirviera para algo, la ignorancia de
muchos profesores, la sinvergüenzura de los sostenedores de los colegios, la
indiferencia de los padres y la mala calidad de la infraestructura, más bien
acondicionada para dar cobijo a las ratas que para servir de aulas para
estudiantes. Para mi sorpresa los otros chicos aplaudieron su intervención.
Luego otro saltó con el tema del narcotráfico, la incomprensión de los
padres, la violencia entre ellos mismos, las guerras, las crisis económicas, la
inflación y un suma y sigue. A los pocos minutos todos querían hablar, como si
hubiesen encontrado el lugar propicio para denunciar lo que tanto les acongojaba.
Les pedí que también se refirieran a lo que les parecía bueno del mundo que
les tocó vivir, pero eso no parecía entusiasmarlos, así que pocos minutos antes
de terminar la clase yo mismo tuve que hacer un resumen de lo que a mí me
parecía positivo de esta época. Escucharon con atención y no replicaron, como
tomando nota mental de las razones por las que valía la pena vivir.
Para mi sorpresa, esa clase y la siguiente y la mayoría de las que vinieron
fueron todo un éxito. Los jóvenes sí tenían voz y sabían escuchar y tras sus
apariencias desgarbadas y simplonas tenían muy claro lo que sucedía más allá de
sus narices.
Bien por tu profesionalidad. ¡¡¡Ratio de 45 eso si que es un acto de valentía!!!
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