En el libro Historia Contemporánea de Chile, Gabriel Salazar y Julio Pinto cuestionan un conjunto de supuestos aplicados casi sin distinción por nuestro largo registro de historiadores.
Según Salazar y Pinto, las clases bajas sí han sido y siguen siendo sujetos históricos plenos. Es decir, individuos que tienen conciencia de sí mismos. Conciencia que los lleva a tener la voluntad de influir sobre su “yo y su circunstancia”, asegurando, por medio de sus actos, la protección y extensión de su libertad.
Es en esta perspectiva que a los niños y jóvenes se les considera como sujetos sociales activos en la historia. Pero un sentido activo que no les está dado per se, sino que deben buscarlo a través del acomodo, la sobrevida, la adaptación y la rebeldía.
Los niños pobres se las “rebuscan”, aguzan sus sentidos, establecen lazos de solidaridad con su entorno más inmediato y extreman su búsqueda auscultando las posibilidades que les plantea la vida. La necesidad los obliga a ser actores protagónicos de su pequeño mundo. Mientras tanto, los niños ricos transitan por un delimitado rincón de ahistoricidad, a la espera de crecer y tomar las riendas de su poderío de clase.
Los adultos, los padres, las instituciones, la educación reglamentaria y el imponente discurso multimedial de las elites, apuntan, por lo general, a reproducir los prejuicios y antagonismos sociales.
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